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La fragilidad de la conciencia Pintura. Natalia Zaloznaya. Galería Cartel. Málaga. C/ Cortina del Muelle, 5. Hasta el 7 de febrero de 2005. La obra de la pintora bielorrusa Natalia Zaloznaya (Minsk, 1960), formada en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal y residente en Bélgica desde hace varios años, se caracterizó desde el principio por seguir sendas muy diferentes a las marcadas por el arte oficial de su país cuando era una de las repúblicas de la extinta Unión Soviética, a saber, el llamado realismo socialista, un conjunto estereotipado de fórmulas vacías que, bajo la apariencia de un discurso político progresista, no era más que huera retórica, grandilocuencia estéril y, lo que es peor aún, un ejemplo del más puro conservadurismo plástico, ajeno a cualquier tipo de innovación y experimentación formal. Natalia Zaloznaya, por el contrario, hunde su poética en el conocimiento de la tradición de la vanguardia histórica y en las profundidades de la cultura popular y del folclore rusos. Una vanguardia, no debe olvidarse, a la que los artistas rusos contribuyeron de manera extraordinaria, desde el cubo-futurismo y el constructivismo hasta el suprematismo y el rayonismo, desde las creaciones del Kandinsky que regresa a su país en los momentos inmediatamente posteriores al triunfo de la Revolución hasta el Marc Chagall que también enseña de modo entusiasta durante esos años en la Academia que había fundado en Vitebsk. Por lo que se refiere al «alma rusa» popular, está en las canciones y en los cuentos populares, así como en las narraciones de Gogol y en las novelas de Dostoyevsky. Un pueblo históricamente siempre sometido a un poder autocrático, que nunca ha conocido un verdadero régimen democrático. Natalia Zaloznaya, es evidente en sus bellas y poéticas composiciones, se decanta por el cosmos chagalliano, por ese modo tan personal de ese destacado miembro de la Escuela de París de llevar a cabo una síntesis entre los logros de la vanguardia y el arte popular de su país, una síntesis concretada a modo de fábula entendida ésta como problema. Del mismo modo que Chagall admite la supremacía formal del cubismo, aunque no puede admitirlo en su poética por su lógica racionalista intrínseca que entra en contradicción con su inclinación por el mundo de los sentimientos y las emociones, mejor aún, por el lirismo vinculado al territorio de los sueños, también Zaloznaya se orienta hacia una obra plena de referencias de la tradición popular y del propio microcosmos de los recuerdos infantiles, llevando a cabo en ocasiones una interpretación muy sensible de algunos temas capitales de la historia de la pintura, como el rapto de Europa, que Zaloznaya acomete con un procedimiento informal y gestual en el tratamiento de la superficie del cuadro, pero con una figuración ensoñadora y un vivo cromatismo. En la pintura de Natalia Zaloznaya percibimos una extraña dualidad entre la fragilidad de la conciencia y el poder de la imaginación, que se hace realidad en múltiples objetos y artefactos que son otros tantos símbolos de los deseos inconscientes de la autora. También está el ámbito doméstico y el mundo campesino, la presencia de las tareas diarias, aunque observadas casi como lo haría un niño, con una envidiable inocencia y pureza. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de enero de 2005
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