Miguel de Unamuno. En torno al
casticismo (1895)
Extracto de sus principales ideas
*«La tradición
eterna» (I ensayo, febrero de 1895). Cuando no se cree más que en la vida
de la carne, se camina a la muerte. // ¿De qué nos serviría definir el
amor, si no lo sintiéramos? // Cuando oigo la queja de mi prójimo, siento
dolor en mis entrañas, y, a través del amor, la revelación del ser.
// … que la invasión de los bárbaros fue el principio de la
regeneración de la cultura europea, ahogada bajo la senilidad del Imperio
decadente. // El arte por fuerza ha de ser más castizo que la ciencia; pero
hay un arte eterno y universal, un arte clásico, un arte sobrio en
color local y temporal, un arte que sobrevivirá al olvido de los
costumbristas todos. // A ese arte eterno pertenece nuestro Cervantes, que
en el sublime final de su Don Quijote señala a nuestra España, a la
de hoy, el camino de su regeneración en Alonso Quijano el Bueno; a ése
pertenece, porque de puro español llegó a una como renuncia de su
españolismo, llegó al espíritu universal, al hombre que duerme dentro
de todos nosotros. //
*Es
lo profundo, lo que no salta a la vista, lo único verdadero de la historia;
en este sentido haríamos mejor en calificarla de «intrahistoria», siguiendo
la terminología de Unamuno. Como su propio nombre indica, la intrahistoria
se vuelve hacia sus entrañas, despreciando lo externo, y llegados a este
punto, es indispensable citar las palabras de don Miguel, que, aunque harto
conocidas, definen mejor que ninguna, la teoría intrahistórica mediante la
metáfora marina:
Es
fácil que el lector tenga olvidado de puro sabido que, mientras pasan
sistemas, escuelas y teorías, va formándose el sedimento de las verdades
eternas de la eterna esencia; que los ríos que van a perderse en el mar
arrastran detritus de las montañas y forman con él terrenos de aluvión; que,
a las veces, una crecida barre la capa externa y la corriente se enturbia;
pero que, sedimentado el limo, se enriquece el campo. Sobre el suelo
compacto y firme de la esencia y el arte eternos corre el río del progreso,
que fecunda y acrecienta.
Hay una tradición eterna, legado de los siglos, la de la ciencia y el arte
universales y eternos: he aquí una verdad que hemos dejado morir en nosotros
repitiéndola como el Padrenuestro.
Hay
una tradición eterna, como hay una tradición del pasado y una tradición del
presente. Y aquí nos sale al paso otra frase de lugar común, que, siendo
viva, se repite también como cosa muerta, y es la frase de «el presente
momento histórico». ¿Ha pensado en ello el lector?
Porque al hablar de un momento presente histórico,
se dice que hay otro que no lo es, y así es en verdad. Pero si hay un
presente histórico,
es por haber una tradición del presente, porque la tradición es la sustancia
de la Historia. Esta es la manera de concebirla en vivo, como la sustancia
de la Historia, como su sedimento, como la revelación de lo intra-histórico,
de lo inconsciente en la Historia.
Merece esto que nos detengamos en ello.
Las olas de la Historia, con su rumor y su espuma que reverbera al sol,
ruedan sobre un mar continuo, hondo, inmensamente más hondo que la capa que
ondula sobre un mar silencioso y a cuyo último fondo nunca llega el sol.
Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del «presente
momento histórico», no es sino la superficie del mar, una superficie que se
hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizada así,
una capa dura no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre
corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva
dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de
hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del
globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la
oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las
madréporas suboceánicas echa las bases sobre que se alzan los islotes de la
Historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido;
sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la
historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo
del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición
eterna, no la tradición mentira que se suele ir a buscar al pasado enterrado
en libros y papeles, y monumentos, y piedras.
La verdadera tradición eterna será la sencilla pero intensa vida cotidiana;
constituirá la extensión a través del tiempo de todos los momentos
históricos verdaderos, es decir de todas las «intrahistorias» aisladas,
ahora formando una cadena temporal, eterna. El presente será la guía que nos
conduzca, ya que es algo vivo y perdurable, en contraposición al pasado
estancado, muerto, aunque perviva aparentemente intacto, como las momias, en
todos los tratados, en letra aduladora y sonora, pero muerta, al fin y al
cabo. Así es el pasado español, así son sus glorias, tan aclamadas una y
otra vez, pero vacías.
*Así como la tradición es la sustancia de la Historia, la eternidad lo
es del tiempo; la Historia es la forma de la tradición como el tiempo la de
la eternidad. Y buscar la tradición en el pasado muerto es buscar la
eternidad en el pasado, en la muerte, buscar la eternidad de la muerte. //
Spinoza, penetrado hasta el tuétano de su alma de lo eterno, expresó de una
manera eterna la esencia del ser, que es la persistencia en el ser mismo. //
Preferimos el arte a la vida, cuando la vida más oscura y humilde vale
infinitamente más que la más grande obra de arte. // Todo cuanto se
repita que hay que buscar la tradición eterna en el presente, que es intra-histórica
más bien que histórica; que la historia del pasado sólo sirve en cuanto nos
llega [lleva] a la revelación del presente, todo será poco. // Es menester
que pueda decirse que «verdaderamente se muere y verdaderamente está
cuerdo Alonso Quijano el Bueno». // De puro español, y por su hermosa
muerte, sobre todo, pertenece Don Quijote al mundo. // … sólo lo humano es
eternamente castizo. Mas para hallar lo humano eterno hay que romper lo
castizo temporal… //
*«La casta histórica. Castilla» (II ensayo, marzo de 1895). La doctrina del
pacto es la que, después de todo, presenta la razón intra-histórica de la
patria. // Rousseau proyectó en los orígenes del género humano el término
ideal de la sociedad de los hombres: el contrato social. Porque hay en
formación, tal vez inacabable, un pacto inmanente, un verdadero contrato
social intra-histórico no formulado, que es la efectiva constitución interna
de cada pueblo. // Se podría decir que hay verdadera patria española
cuando sea libertad en nosotros la necesidad de ser españoles, cuando todos
lo seamos por querer serlo, queriéndolo porque lo seamos. // Pero donde
sobre todo se nos ha transmitido el romanismo [la herencia del pueblo
romano] es en nuestros romances [en nuestras lenguas romances],
porque en ellos descendió a las profundidades intra-históricas de nuestro
pueblo, a ser carne del pensar de los que no viven en la Historia. // Así es
que, en la literatura española, escrita y pensada en castellano, lo
castizo, lo verdaderamente castizo, es lo de vieja cepa castellana. //
Castilla es la verdadera forjadora de la unidad y la monarquía españolas. //
Conviene mostrar que el regionalismo y el cosmopolitismo son dos aspectos de
una misma idea y los sostenes del verdadero patriotismo, que todo cuerpo se
sostiene del juego de la presión externa con la tensión interna. // No de la
muerta diferenciación feudal y aristocrática, sino del fondo continuo
del pueblo llano, de la masa, de lo que tenían de común los pueblos
todos, brotaron las energías de las individuaciones nacionales. // En España
llevó a cabo la unificación Castilla, que ocupa el centro de la Península.
// Castilla ocupaba el centro, y el espíritu castellano era el más
centralizador a la par que el más expansivo, el que, para imponer su ideal
de unidad, se salió de sí mismo. // … lo castellano es, a fin de
cuentas, lo castizo. // Esta vieja Castilla formó el núcleo de la
nacionalidad española, y le dio atmósfera. // «España, que había expulsado a
los judíos y que aún tenía el brazo teñido en sangre mora, se encontró, a
principios del siglo XVI, enfrente de la Reforma, fiera recrudescencia de la
barbarie septentrional; y por toda aquella centuria se convirtió en campeón
de la unidad y de la ortodoxia» (Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de
los heterodoxos españoles / La cita no es así exactamente; lo que hace
Unamuno es fusionar frases del Discurso Preliminar del magno libro
del polígrafo santanderino). // Es la literatura castellana eminentemente
castiza, a la vez que es nuestra literatura clásica. En ella
siguen viviendo ideas hoy moribundas, mientras en el fondo intra-histórico
del pueblo español viven las fuerzas que encarnaron en aquellas ideas y que
pueden encarnar en otras. // Lo que hace la continuidad de un pueblo no es
tanto la tradición histórica de una literatura cuanto la tradición intra-histórica
de una lengua; aun rota aquélla, vuelve a renacer merced a ésta. // La idea
castellana, que de encarnar en la acción pasó a revelarse en el verbo
literario, engendró nuestra literatura castiza clásica, decimos.
Castiza y clásica, con fondo histórico y fondo intra-histórico, el uno
temporal y pasajero, eterno y permanente el otro. // En esta meseta [de la
Península Ibérica] se extiende Castilla, el país de los castillos. // No hay
aquí [en la meseta castellana] comunión con la Naturaleza, ni nos absorbe
ésta en sus espléndidas exuberancias; es, si cabe decirlo, más que
panteístico, un paisaje monoteístico este campo infinito en que, sin
perderse, se achica el hombre, y en que siente en medio de la sequía de los
campos sequedades del alma. //
*«El espíritu castellano» (III ensayo, abril de 1895). El elemento
intelectivo es lo que «ahoga y mata la expresión natural y sencilla»,
sofocada al peso de categorías. // Se detiene Unamuno en el carácter sensual
y erótico de nuestra literatura castiza clásica castellana, que nada tiene
ver con el de la francesa, precisamente porque entre nosotros ha predominado
el amor natural entre un hombre y una mujer, con pocos
intrincamientos eróticos. // Entre nosotros no ha tenido cabida ni el amor
ardiente y atormentado de Pedro Abelardo ni el refinado de los trovadores
provenzales; éste último penetró en Castilla por los trovadores gallegos,
catalanes y valencianos, pero nunca fue castizo y de genuina cepa
castellana. Ahí están Los amantes de Teruel, de Tirso de Molina, y la
Jimena de Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro, para
demostrarlo. Jimena estima más el ver estimar su amor que su hermosura, lo
cual nada tiene de erótico. No es castiza en España la casuística del
adulterio, ni se ha elevado a institución a la amiga [El adulterio
que practica Ana Ozores, la protagonista de La Regenta de Clarín
(1884-1885), está emparentado con la literatura francesa, con Stendhal o con
el realismo de Flaubert en Madame Bovary (1857), incluso con el
realismo de Eça de Queiroz en El crimen del padre Amaro (1875-1880)].
// Nuestras mozas de partido no son de la casta de las Manon Lescaut y
Margarita Gautier, rosas de estercolero. // La literatura clásica castellana
no ha sido infectada por la hediondez obscena del Marqués de Sade, de
Choderlos de Lacos o de Joris-Karl Huysmans. // Pocas cosas tan genuinamente
castellanas como el ordenancismo, acompañado de pronunciamientos.
//
*«De mística y
humanismo» (IV ensayo, mayo de 1895).
Tras esto
eterno se fue el vuelo del alma castellana.
En el capítulo
II cita Unamuno un pasaje incompleto del tratado De Trinitate de
Ricardo de San Víctor [Salamanca, Sígueme, 2015, pág. 35. Edición bilingüe a
cargo de Eduardo Otero Pereira]: satagamus quae credimus intelligere,
nitamur comprehendere ratione quod tenemus ex fide [No nos debemos conformar
con creer en aquello que es recto y verdadero acerca de Dios, sino que más
bien nos hemos de esforzar, como ya se ha dicho, por comprender aquello en
lo que creemos. Procuremos siempre, en la medida en la que nos es lícito y
factible, comprender a través de la razón lo que ya poseemos gracias a la
fe] [http://esdocs.com/doc/1512489/leer---ediciones-s%C3%ADgueme]. A Ricardo
de San Víctor (Escocia, ca. 1110 – París, 1173) lo llama Unamuno «formulador
de la mística», una actitud escolástica de la que se distancia, ya que él
prefiere el creer sin entender que San Juan de Ávila atribuye a María
Magdalena.