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La épica del hierro El malagueño Manuel Torres expone por primera vez en su ciudad natal sus vigorosas esculturas en hierro y acero Escultura y pintura. Manuel Torres. Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 30 de junio de 1999. Con esta magna retrospectiva de Manuel Torres (Málaga, 1938), su primera exposición individual en España, integrada por cerca de 130 obras entre esculturas exentas, relieves, cuadros de hierro oxidado y óleos, no sólo se repara con manifiesta generosidad lo que sin duda podría ser interpretado como un agravio comparativo, sobre todo si tenemos en cuenta algunos de los nombres más insustanciales promocionados en el panorama artístico español a partir de los ochenta, sino que se da a conocer con rigor y prestancia envidiables una de las producciones escultóricas más vigorosas aparecidas en el corazón de Europa durante los últimos treinta años. La referencia geográfica que acabo de señalar, antes bien de ser baladí, habría que subrayarla doblemente, ya que la obra de Torres, realizada principalmente en hierro y acero y caracterizada por una inconfundible sencillez y belleza plástica sustentadas en una firme vocación artesanal, no sólo se ha gestado y desarrollado en su totalidad en el cantón suizo donde vive el artista desde 1960, sino que desde sus albores ha mantenido un fructífero diálogo con la mejor tradición centroeuropea de la escultura de vanguardia, esa que en la posguerra culmina, pongamos por caso, en la obra esencial de Max Bill, acompañada en igualdad de condiciones, eso sí, por otras poderosas influencias interpretadas con innegable originalidad: Picasso, Julio González, Max Ernst, los ancestrales símbolos de la cultura mediterránea, la escultura egipcia y la arquitectura mesopotámica. El inicial latido expresionista, arropado por un vibrante modelado de las figuras todavía con marcadas referencias naturalistas, da paso hacia finales de los sesenta a un despojamiento radical de la forma, articulada ahora por bruñidos volúmenes abstractos de perfil curvo y de nítidas aristas que simbolizan el reencuentro entre pares de opuestos. A partir de comienzos de los ochenta, la obra de Torres, aun manteniendo muchos de los elementos elaborados en la etapa anterior, se inclina de manera creciente hacia la representación antropomórfica, siempre muy esquematizada, y hacia la representación de la dualidad cósmica masculino-femenino, pero imprimiéndole ahora un fuerte sentido ascensional a la forma. El aspecto hierático y la rígida verticalidad de estas composiciones, sin embargo, van a verse poéticamente alterados por sinuosas fracturas que atraviesan los compactos volúmenes, alusivas a aquella dualidad, o bien coexisten con grandes masas circulares, por lo general símbolos astrales, que sirven de fondo y sobre las que las figuras proyectan pronunciadas sombras. Círculos, cuadrados y fantasmagóricos perfiles femeninos, a su vez, constituyen los temas recurrentes de los delicados óleos sobre papel japonés, llenos de exquisitos matices y transparencias de color, que el artista realiza con particular dedicación desde 1994, fecundo germen de sus postreros y deslumbrantes trabajos, esos grandes cuadros de hierro oxidado cuya levedad matérica y sutiles gradaciones tonales entre amarillentas y verdosas es un expresivo e intemporal reencuentro con el nacimiento de la pintura. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 19 de junio de 1999
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