|
De la alienación urbanística a las catástrofes de la intimidad Escultura y objetos. Baltazar Torres. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 29 de agosto de 2004. Cual si se tratase de una
paradoja o, más exactamente, de una perversión del acontecer histórico,
pareciera como si las sociedades posmodernas hipertecnificadas del capitalismo
tardío hubiesen logrado materializar, aunque con unos resultados radicalmente
distintos a los que anhelaban sus utópicos promotores vanguardistas, aquel «pensamiento
negativo» que se trasluce del manifiesto firmado en 1922 por la Unión
Internacional de Constructores Neoplásticos, cuando afirman que esta organización
«no es el resultado de ningún sentimiento humanitario, idealista o político,
sino que surge de los propios principios amorales y elementales sobre los que se
basan tanto la ciencia como la técnica». En este sentido, tiene bastante razón
Manfredo Tafuri cuando reconoce la dramática paradoja histórica que supone la
introducción de la vanguardia soviética en la Alemania del periodo de Weimar,
ya que la ideología de la producción y del trabajo altamente mecanizado que
entonces se asume como una redención del sufrimiento humano, acabará revelando
su rostro totalitario y deshumanizado. A
pesar de lo que hasta ahora se ha dicho de la obra de Baltazar Torres (Figueira
do Castelo Rodrigo, Portugal, 1961), en cuanto que supone una crítica lúcida e
irónica del desastroso modelo de desarrollo económico al que hemos llegado,
habría, sin embargo, que subrayar un aspecto de aquélla que cada vez se
explicita con mayor contundencia, esto es, la constatación del fracaso de las
aspiraciones éticas y estéticas de la vanguardia histórica, perfectamente
visibles, por centrarnos en la exposición que nos ocupa, en el desorden urbanístico
y en la consiguiente esquizofrenia de lo real, en la soledad y en las catástrofes
de la intimidad a que parecen abocadas las sociedades y los individuos de este
incierto comienzo de milenio. A
partir de una metáfora contenida en el propio título de la muestra, Hierbas
dañinas, que alude precisamente a los únicos seres capaces de devastar y
degradar hasta límites insoportables el espacio en el que viven, Baltazar
Torres despliega tres tipos complementarios de objetos que sirven para
representar los escenarios del desquiciamiento. Pervivencias de sus trabajos
anteriores son, por un lado, la alteración de la escala antropomórfica, es
decir, el contraste de tamaño entre las atareadas figuritas humanas diseminadas
por entre los distintos contextos y los objetos a los que están enganchados o
sobre los que realizan sus extravagantes ocupaciones cotidianas, como por
ejemplo bombonas de gas; por otro lado, la obsesión por el detalle, la calidad
de los materiales empleados y el refinamiento de las terminaciones, que aúnan
de manera infrecuente el trabajo manual con el concepto. Quizás
la serie más lograda y deslumbrante es la que ha titulado Como animales,
un conjunto de 16 cajas cúbicas de 13 cm de lado colocadas en hilera sobre el
muro de la sala, de tal modo que la supresión de la pared frontal de cada una
de las estancias que son en realidad aquellas cajas, permite al espectador
observar la escena que transcurre en su interior. La clásica agorafobia ha sido
sustituida por una especie de «domofrenia», una suerte de estado psicótico en
el que se desencadenan los miedos, las angustias y los desequilibrios que van
incubándose en el actual modelo de sociedad, de tal manera que el domicilio
deviene en manicomio privado entrevisto a modo de panóptico por el visitante.
Este último carácter, a saber, que el lugar donde se escenifica la alienación
del sujeto pueda ser contemplado en su totalidad desde un solo punto, deriva
directamente de aquella miniaturización a la que hacíamos referencia, con lo
que se reduce y alivia la tragedia del suceder doméstico. Además de las múltiples
referencias surreales, especialmente a Magritte, y de las situaciones absurdas
protagonizadas por los inquilinos de estas celdas unidimensionales, trasunto de
su «extrañamiento» y su neurosis incurable, el elemento omnipresente en todas
ellas resulta ser un pequeño espejo, en el que no sólo se reflejan las
diferentes escenas, sino que puede verse también el espectador, con lo que
parece que hay una alusión al terror que produce en el individuo el
conocimiento de sí. Las
Colmenas, esculturas adheridas a la pared realizadas con planchas de
aluminio y en las que se superponen caóticamente espacios cúbicos que
recuerdan tipologías arquitectónicas de los comienzos de la civilización,
como en Chatal Huyuk, podrían interpretarse como modificaciones posmodernas de
los objetos tridimensionales que Tatlin concibió para pegarlos a los muros
donde se exhibiesen. También aquí hay cables eléctricos que simulan una
delgada tela de araña, la misma en la que quedan atrapados los deseos y las
aspiraciones humanas. Estas «colmenas» disfuncionales, en las que hay perros
con la boca ensangrentada que aúllan o que se sitúan amenazantes tras las
aberturas, en las que hombrecillos hacen como si disparasen con escopetas y
pistolas gigantescas contra sus semejantes y en las que otras figuras diminutas
están condenadas
a vivir conectadas a grandes bombonas de oxígeno, son sin duda una metáfora de
la progresiva destrucción del espacio público, de la preeminencia del desorden
arquitectónico, ese mismo que provoca la ansiedad escenificada en Como
animales. Estos trasuntos de edificios inhabitables contradicen la afirmación
de Le Corbusier: «Cuando las catedrales eran blancas, el universo entero estaba
soliviantado por una inmensa fe en la acción, el porvenir y la creación
armoniosa de una civilización». En cuanto a las Escenas domésticas, transcurren sobre el asiento y los respaldos de sillas de acero y cuero diseñadas originalmente por el arquitecto de la Ville radieuse y convenientemente agrandadas y modificadas. Ellas ejemplifican los detritos espaciales y psíquicos que generan buena parte de las actuales formas de vida en el planeta. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de junio de 2004
|