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Una cierta idea de España Pintura. Joaquín Sorolla. Visión de España. Paneles de la Hispanic Society de Nueva York. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 28 de septiembre de 2008. En términos generales, y por no remontarnos muy atrás en el tiempo, puede decirse que la recepción crítica de la pintura de Joaquín Sorolla ha experimentado una extraordinaria valoración positiva desde la segunda mitad del decenio de los noventa del siglo pasado, coincidente con un redoblado trato de favor por parte del gran público, lo cual no es de extrañar pues siempre éste le fue muy afecto a su pintura. Para corroborarlo, bastaría con citar la muestra del Museo de Bilbao, Sorolla & Zuloaga: dos visiones para un cambio de siglo, de 1997, y la exposición Sargent / Sorolla, organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid en octubre de 2006. El rechazo hacia el pintor por parte de muchos de los representantes del Arte Nuevo en España, en primer lugar, y por muchos de los más conspicuos críticos, militantes de la izquierda política, surgidos en nuestro país desde los años sesenta, pero, sobre todo, desde el comienzo de la transición democrática en 1976, no puede entenderse más que como fruto del dogmatismo, del discurso cerrado de dirección única, o de la indigestión producida por un marxismo vulgar incapaz de acertar a distinguir los valores plásticos y visuales de un pintor «burgués» que trabaja para la burguesía. Independientemente del hecho de que todos, y sería muy difícil excluir alguno, los grandes artistas de la vanguardia histórica y de la neovanguardia han trabajado siempre para la alta burguesía y los grandes magnates, entre otras razones porque los prohibitivos precios de valoración de sus obras no son asequibles al «pueblo», encontrándose además paradójicamente entre esos mismos artistas destacados simpatizantes de la izquierda socialista y comunista, hay que admitir que el trabajo de Sorolla no pertenece a ese relato o discurso progresivo que, primero, articuló Giorgio Vasari y llega por lo menos hasta Manet, esto es, el relato que tiene que ver con la progresiva identificación de la representación pictórica con la realidad, hasta que la fotografía y el cine lo ponen definitivamente en crisis, y, segundo, desbrozó Clement Greenberg al sentar las bases de la «pintura modernista» hasta la aparición del Arte Pop, que terminó descolocándolo. Cuando Sorolla comienza en 1912 los bocetos para la primera de sus grandes composiciones encargadas por el magnate estadounidense Archer Milton Huntington para decorar la Biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York, lo que Greenberg llamaba «pintura modernista» había hecho ya un largo recorrido desde Manet, o, si se quiere, desde Seurat y los postimpresionistas, o incluso desde el verano de 1905 con la aparición del Fauvismo en Colliure. En más de un aspecto, Sorolla se queda fuera de la línea de «progreso», pero como se habían quedado también fuera Degas, Renoir, Monet o Signac, que mueren todos a partir de 1917 y se mantuvieron siempre bastante fieles a su «descubrimiento», a pesar de las investigaciones de Monet con las plantas acuáticas en Giverny. Sorolla, y ello resulta indiscutible, estaba perfectamente informado de lo realizado por la pintura impresionista y postimpresionista. No le interesaba el discurso vanguardista, excesivamente subordinado a la dictadura de la forma para él. Ese afán de innovación radical tampoco le atraía. A Sorolla le preocupaban los valores de superficie del lienzo, el esplendor de las formas cambiantes ante la incidencia de la luz. Con razón se habla en su pintura de «luminismo mediterráneo», pues la suya es una pintura profundamente optimista y honesta que bebe en cierto Goya y en Velázquez. A diferencia de lo que algunos piensan, los grandes paneles para la Hispanic Society no constituyen un agregado sumatorio de composiciones sobre las diferentes regiones españolas y cuyo resultado es su visión de España, como si los cuadros se yuxtapusiesen unos a otros, sin unidad interna global. Sorolla excluye deliberadamente un trabajo basado en grandes gestas y hazañas históricas, demasiado retórico y teatral para su carácter austero, y opta por ofrecer una visión sustentada en la geografía, en las costumbres, en lo antropológico, en los tipos humanos, en la tierra y en el mar, huyendo del ajetreo artificioso de la gran ciudad, o de la alienación del trabajo industrial, pues a él, por mucho que le pesase al eximio D. Miguel y a otros miembros del 98, también le importaba ofrecer una visión profunda de España, que no tenía por qué coincidir con Zuloaga o la «España negra» de Regoyos. A los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, de quienes lo más suave que puede decirse es que son irremediablemente provincianos, excluyentes y mixtificadores, les produce un intenso rechazo esta visión de Sorolla, porque ahonda en la profunda unidad de España a través de la riquísima variedad de sus regiones y habitantes. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de septiembre de 2008
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