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La conciencia escindida El pintor tinerfeño Carlos Schwartz lleva a cabo una particular interpretación del mito de Fausto. Pintura y objetos. Carlos Schwartz. Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 9 de diciembre de 2000. Junto
con esta que comentamos, las tres últimas exposiciones individuales de Carlos
Schwartz (La Laguna, Tenerife, 1966) giran en torno a temas caros a la
subjetividad romántica: el destino, la escisión y fractura del yo y el mito de
la redención. Pero mientras que en las dos muestras anteriores las fuentes
principales de inspiración de su obra se centraban en los mitos de Orfeo y la
Madre-Tierra y en el relato evangélico de la Pasión, ahora Schwartz procede a
ofrecernos su particular interpretación del mito de Fausto. Naturalmente, al
pintor tinerfeño no le interesan tanto las versiones medieval y renacentista de
la leyenda de ese misterioso personaje que fue el doctor Georg o Johann Faust,
quien vivió en realidad en Alemania entre aproximadamente 1480 y 1540, cuanto
la inmortal creación goethiana, quizás el supremo símbolo de A
partir de estos elementos, a los que también podría añadírseles la llama
vertical de la vela, símbolo de purificación y de iluminación del espíritu
que pretende alcanzar la trascendencia, Carlos Schwartz acomete un trabajo plástico
que se caracteriza unas veces por la economía de medios empleados, por hundir
sus raíces en ciertos rasgos de la figuración de los ochenta, por el uso de
los colores planos y el protagonismo compositivo concedido al espacio, y otras
veces por el mayor barroquismo de la composición y las múltiples referencias a
conocidos iconos de la tradición artística occidental. En los dos grandes acrílicos
que presiden la muestra, vemos en uno la dorada silueta de Fausto sentado sobre
un fondo negro (la noche del espíritu) sobrevolado por un repugnante insecto y
en el que gravitan dos intensas llamas rojas, y en el otro, sobre idéntico
fondo, la figura de Fausto asomado al espacio infinito desde lo más alto de una
construcción que tiene mucho de zigurat mesopotámico. Al mismo tiempo
contemplativo y escrutador, Fausto se debate entre el goce de los sentidos y la
conquista del conocimiento por los que ha sellado su pacto con Mefistófeles, y
la aspiración al bien y la pureza. En Invocación, es su máscara la que
se sobreimpone a un fondo de reproducciones de cuadros de la pintura flamenca,
metáfora quizás de la aspiración a conservar la identidad frente al caudaloso
torrente de la cultura. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 18 de noviembre de 2000
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