La
ocupación del sonido
Once
artistas contemporáneos analizan las relaciones entre la música experimental,
el sonido y las artes visuales

Escultura
e instalación. Colectiva. Resonancias.

Museo
Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 15 de octubre de 2000.

Esta
muestra, en cierto modo, aunque con notables variantes, una reedición de la que
hace justamente un año, comisariada también por José Iges, se exhibió en el
Centro Cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián, constituye un merecido
tributo a esa relevante parcela experimental de las artes (con precedentes tan
destacados durante el período de la vanguardia histórica como algunas de las
propuestas formuladas por constructivistas y dadaístas, así como por algunos
de los cursos impartidos en la Bauhaus, especialmente los de Johannes Itten y
Laszlo
Moholy-Nagy) donde la música se imbrica con la plástica y lo visual, mejor aún,
donde se produce una integración entre las distintas artes y los órganos de
los sentidos, con la inclusión añadida de la dimensión temporal. Junto a
algunos dibujos de Max Neuhaus, creador del término «instalación sonora» a
finales de los sesenta y para quien el lugar forma parte de la obra, de tal modo
que el dibujo sólo es un dibujo de circunscripción que únicamente realiza
después de experimentar la obra con una cierta distancia, la muestra se compone
de alrededor de quince piezas cuya autoría se debe a Laurie Anderson, Hugh
Davies, Esther Ferrer, Christina Kubisch, Bernhard Leitner, Lugán, Paul
Panhuysen, Peter Vogel, Wolf Vostell y Qin Yufen. Estas obras que, como muy bien
ha sabido interpretar José Iges, en realidad son obras intermedia que deben ser
consideradas como una expansión de la escultura y de la instalación, entendida
esta última, al decir de la artista Concha Jerez, como una expansión de la
tridimensionalidad de la obra de arte, participan tanto de la escultura sonora,
la instalación sonora y la creación de ambientes. En ellas late, por supuesto
que en unos casos más que en otros, esa vieja aspiración romántica de la obra
de arte total, una Gesamtkunstwerke en la que las potencialidades
expresivas de cada arte se combinarían y fundirían. De igual modo que, según
la teoría de Novalis, la música, las artes visuales y la poesía, en su
naturaleza esencial, forman una unidad, siendo la experiencia artística
definitiva de tipo sinestésico, así también la mayoría de estas obras
aspiran a una intercomunicación íntima entre las artes, especialmente la
pintura, la escultura y la música, desarrollando de este modo toda la capacidad
sensorial del sujeto. Entre los órganos de los sentidos aquí activados,
resulta indudable que, junto a la percepción sonora, es la percepción táctil
aquella que va a gozar de una atención más característica.
Entre
las piezas expuestas, merece ser destacada ante todo esa cautivadora y
prodigiosa obra maestra que es la Schattenorchester III del alemán Peter
Vogel, una instalación interactiva compuesta por un conjunto de instrumentos
mecánicos, cuyas sombras proyectadas en el muro rememora de paso la magia de
las sombras chinescas. Otras piezas bastante logradas son The handphone table,
de Anderson, en la que la participación activa del espectador se produce a través
del antebrazo y la palma de la mano, que hacen de conductores del sonido, los Grifos
sonoros y Escuchas convergentes, de Lugán, indiscutible pionero de
la escultura sonora en España, y las de Esther Ferrer, Kubisch y Vostell.

©Enrique
Castaños Alés
Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de septiembre de 2000
