El surrealista amigable

Pintura y dibujo. Roland Penrose.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 25 de enero de 2009.

Una de las mayores sorpresas del aficionado al abordar por primera vez la personalidad y la obra de Sir Roland Penrose (Watford, 1900 – Sussex, 1984) es descubrir que este temprano compañero de viaje de los surrealistas, al que el propio Breton calificó en alguna ocasión de «surrealista amigable», por sus exquisitas maneras de caballero inglés, había recibido una estricta educación en el seno de Sir Roland Penrose. THE CONQUEST OF THE AIR. 1938. Óleo / lienzo. 61 x 51 cm. Southampton Art Gallery, Hampshire, Reino Unido.una familia de clase media alta cuáquera y victoriana. Pero quizás llevase su buena parte de razón nuestro autor cuando comentaba que, precisamente su formación en los principios morales de esa secta protestante fundada por el zapatero George Fox hacia 1647, es la causa o la explicación de su entusiasmo juvenil por el surrealismo, una aparente paradoja que en parte se resuelve cuando descubrimos que los cuáqueros no aceptan ningún dogma. Y algo de esto, efectivamente, debe de haber, porque, además de su pacifismo, también de origen cuáquero, Penrose se adhirió al surrealismo como quien penetra inocentemente en el reino de la libertad, y, de hecho, se mantuvo siempre, hasta la segunda guerra mundial en que dio un giro sustancial a sus actividades, muy al margen de los dogmatismos de Breton y de otros planteamientos ideológicos intransigentes como los de Louis Aragon y Paul Eluard.

Sea por su precoz contacto con el aristocrático y exquisito Grupo de Bloomsbury, que conoció a través del genial economista J. M. Keynes y que le reportó sobre todo el trato con el historiador y crítico de arte Roger Fry, responsable de la introducción del Postimpresionismo en Inglaterra, sea por su refinada formación académica en el Queen’s College de Cambridge, sea por el mundo de desbordante fantasía que encontró siendo un niño en los anaqueles de la excelente biblioteca de su abuelo materno, el acaudalado banquero cuáquero Lord Peckover, en la que entró muy pronto en contacto con las extraordinarias ilustraciones de William Blake, el caso es que a Penrose le atrajo desde el principio la aventura, tanto con su primera compañera y esposa, la poeta mística Valentine Boué, como después con la más rebelde y apasionada Lee Miller, una inteligente fotógrafa estadounidense que había tenido una turbulenta relación con Man Ray y que terminó convirtiéndose en su segunda esposa.

Ese deseo por el arte es el que le lleva a París en 1923, donde recibe clases de André Lothe, conoce a Braque, a Max Ernst, a Man Ray y a casi todo el grupo surrealista alrededor de Breton. La amistad con Ernst fue decisiva. Viendo sus obras se advierte cuánto le debe, sobre todo en las técnicas experimentales, frottage, grattage y decalcomanía. También recibió una gran influencia de los collages y de los papiers collés de Picasso y Braque. El surrealismo de Penrose es muy literario y siempre se observa la actuación bajo la sombra de sus talentosos amigos, cosa que él reconocía sin ambages. Ello no le impidió hacer un precioso retrato clasicista, muy tectónico, de Valentine. En 1936 se inaugura en Londres una importante exposición sobre el Surrealismo, organizada por Penrose, que descubre por entonces su capacidad como dinamizador cultural, por su amplia formación, pero también por su sentido de la amistad y de las buenas maneras. La guerra lo despierta de su sueño juvenil y sirve en tareas de camuflaje como un verdadero patriota. A partir de ahí su vida da un giro, que se concreta en la realización de un ambicionado proyecto suyo en 1950: la inauguración del Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. Desde el final de la guerra su vida va a estar relacionada durante amplios periodos con Picasso, al que había conocido en 1936. La culminación de esa amistad fue la magnífica biografía sobre el malagueño que comenzó a escribir en 1955. Hoy es un libro de referencia sobre el creador del cubismo. Penrose siguió dibujando e interesándose por la pintura española hasta el final de sus días, a pesar de la dura pérdida en 1977 de su mujer Lee Miller.

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 21 de noviembre de 2008