Francisco Peinado
ENRIQUE
CASTAÑOS ALÉS
El
rasgo, probablemente, que con mayor evidencia sobresale de la obra de Francisco
Peinado (Málaga, 1941) es la naturaleza compulsiva de su pintura, como si fuese
una necesidad biológica irrefrenable a la que no pudiera, incluso a pesar suyo,
sustraerse. Sin embargo, ese rasgo debe ser matizado, porque, aun predominando
sin discusión, convive de manera cíclica con otra tendencia predispuesta a la
calma, al sosiego y a la reflexión. En ambos casos, no obstante, es indiscutible
el carácter figurativo de su producción, vinculada siempre a sus fantasmas
interiores, a su peculiar visión del mundo, un mundo poblado de criaturas
deformadas y grotescas que se entregan por igual a sus instintos que a sus
pasiones. Aunque al principio de su carrera se observó una influencia de la
figuración fantástica, complementada con otras de raigambre surrealista o
procedentes de la Nueva Objetividad alemana, en este caso más perceptible en los
temas, en los gestos y en las actitudes de los personajes, Peinado desarrolló
relativamente
pronto un vocabulario y una sintaxis personales, que no eran otros
que la concreción y la expulsión de los seres imaginarios que aliviaban, o
atormentaban, su soledad. Obra proclive al gesto decidido y violento, al
cromatismo vivo y dramático, en los últimos diez o quince años ha ido
incorporando objetos dispares que el artista encuentra casualmente o guarda
durante mucho tiempo en su estudio, de tal modo que puede hablarse de enormes
collages que a veces rozan la esculto-pintura. En este sentido, aquellas
constantes de su obra hasta los noventa, como por ejemplo lo irracional, la
locura, el sueño, la impotencia sexual o la enfermedad, han ido derivando en
asuntos más relacionados directamente con la guerra y con la muerte. Es
entonces, hace unos quince años, cuando aparecen los sarcófagos, pero no sólo
como tema de sus cuadros, sino como esculturas, o, si se quiere, como objetos
exentos. Porque Peinado también ha ido acercándose progresivamente a la
escultura, quizás porque esa perentoria necesidad física de la materia y de la
presencia del objeto le conduce de manera inexorable a la forma tridimensional.
Pero, de nuevo en estos temas presumiblemente graves y serios, vuelve a surgir
la paradoja, una paradoja que, en el fondo ha venido atravesando toda la obra de
Peinado, y que no es otra que el humor negro y la ironía. La inevitable
tendencia expresionista de su obra se ve así suavizada y contrarrestada por esa
actitud que cabría interpretarla como una finísima autocrítica, como un
inteligente reírse de sí mismo. Pues de lo contrario la vida sería insoportable.
Ese sentido del humor y de la ironía distante es, claro está, un signo
distintivo de lucidez intelectual. Se vio hace unos dos años en su espeluznante
galería de cuerpos desgarrados, de niños mutilados y madres implorantes que
constituían su particular visión de la guerra, de todas las guerras. Pero
incluso en ese amasijo de cuerpos destrozados había momentos en que brillaba lo
grotesco. Quizás pueda apreciarse mejor en sus pequeñas esculturas hechas con
telas y con trapos, con pelo artificial y con objetos de desecho. Algunas están
a medio camino entre el relato de terror y la parodia, como Maternidad y
La institutriz. La completa evolución de su estilo podría sintetizarse en
cuatro obras escogidas al azar: Pensamiento hippy, de 1971, vinculada al
realismo fantástico como constante estilística y en la que hay evocaciones a
Arcimboldo; «Antes de acostarse», de 1977, un dibujo suyo característico, con
zonas densas y oscuras de líneas enmarañadas y donde la soledad parece trabarse
con la enfermedad o la angustia; La Trini, un óleo de 1989, con una
ambigua presencia de la religión, el sexo y la comunicación; Hijos de
bolsillo, de 2003, un cuadro en el
que una pequeña criatura, una especie de feto de trapo, asoma por el bolsillo
del vestido de uno de sus progenitores, composición perturbadora que parece
aludir a la manipulación de los hijos, a los cambios que operamos en su
naturaleza como resultado de la fuerza y de la violencia. Por último, hay que
mencionar su importantísima obra gráfica, sus aguafuertes de minuciosas y
precisas incisiones sobre la plancha, de acentuados contrastes de claroscuro
entre densas zonas negras enmarañadas y filamentosas y otras blancas
resplandecientes de luz, de sutiles y transparentes gradaciones de áreas grises
intermedias, vehículos lingüísticos otra vez de sus atormentadas y grotescas
criaturas.

Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de mayo de 2005
