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Dualidades de los sesenta Obras de Andy Warhol y Kenneth Noland, destacados referentes de las tendencias de los sesenta Materiales y técnicas diversas. Postpictórico-pop: Noland-Warhol. Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 14 de mayo de 2000 Andy Warhol: cine, vídeo y TV. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 21 de mayo de 2000. La imprevista coincidencia en Málaga de estas dos exposiciones recíprocamente complementarias —la primera, patrocinada por la Diputación, orientada a descifrar los principales puntos de contacto y divergencia entre las propuestas estéticas de Andy Warhol (Pittsburgh, Pennsylvania, 1930-Nueva York, 1987) y Kenneth Noland (Asheville, Carolina del Norte, 1924), y la segunda, organizada por la Fundación Picasso, dedicada a mostrar toda la producción cinematográfica de Warhol—, es una estupenda ocasión para revisar una vez más, aunque sea parcialmente, la contribución de dos de los más destacados representantes de las tendencias más influyentes que sucedieron a la disolución del informalismo en la primera mitad de los sesenta, a saber, el arte de la imagen popular y la abstracción postpictórica. Quizás nadie como Warhol haya encarnado durante la segunda mitad de este siglo la penosa servidumbre y la melancolía oculta tras el éxito rutilante del artista, paradigma de la ambigüedad y consciente manipulador de la imagen como sustituto de la realidad y enfrentada a su propio simulacro. Precoz inspirador de la posmodernidad artística, Andy Warhol, cuya obra ocupa un lugar central en la etapa de mayor objetividad e impersonalización del pop estadounidense, probablemente hizo de su vida, más aún que de su propio arte, una indescifrable simulación, un puro artificio donde la vida se congela o es sólo ausencia, al igual que las frías y distantes imágenes seriadas que creaba con avidez compulsiva, en las que reproducía vorazmente los objetos y personajes de la nueva cultura mediática de la que él mismo fue su producto más destilado. De quien llegó a afirmar que «la razón de por qué pinto de esta manera es porque quiero ser una máquina», de quien confundió con todas sus consecuencias la noción de arte y de mercancía, presentándose él mismo como la quintaesencia del artista consumidor, es posible que nunca se sepa cuál fue la intención última que lo alentaba, esto es, si detrás de sus redundantes signos icónicos no hay más que una apariencia vacía, una prosaica neutralidad carente de ideología, una aquiescencia con los mecanismos de la producción económica del capitalismo tardío, o por el contrario una actitud crítica frente al poder y la institución arte. En cualquier caso, sus serigrafías con el tema de la silla eléctrica rezuman una amarga ironía, de igual modo que los labios repetidos de Marylin, más que una sonrisa, esbozan un rictus congelado próximo a la presencia de la muerte. Por su parte, Noland y, en general, la abstracción postpictórica, cuya relación con el pop se debe al empleo por éste de las llamadas «técnicas frías», representaron en su momento una vuelta a la primacía del color, de la forma y de la visualidad pura, pero un color desprovisto ahora de textura y de ingredientes táctiles, así como una forma cuya estructura interna determina la forma externa. Un nuevo esteticismo, autorreferencial y contemplativo, que está aquí magníficamente representado en obras como Rushing y Regal Grey. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de abril de 2000
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