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La pintura vivida de Caro Niederer Pintura y fotografía. Caro Niederer. Souvenir y conversaciones. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 21 de enero de 2007. Hasta mediados los noventa, la pintura de Caro Niederer (Zurich, 1963) consistía básicamente en cuadritos de tamaño diminuto inspirados en las tarjetas postales coleccionadas por la autora, unas pequeñas composiciones muy vivas de color y cuyas figuras marcadas por la inocencia, la autenticidad y un cierto aire ingenuo, podrían recordarnos ciertas obras de Paula Modersohn-Becker, una pintora prematuramente desaparecida que se resiste a las clasificaciones al uso y cuyo expresionismo buscaba lo universal en lo individual. Aquellas fotografías fueron posteriormente tomadas por ella misma, y de este modo la pintura de Caro Niederer empezó a internarse en una senda en la que las relaciones entre pintura y fotografía adquirieron cada vez mayor protagonismo, pues pintaba a partir de fotografías que ella hacía y continúa haciendo. En cierto modo, pues, Niederer podría considerarse como un epígono tardío de una de las dos corrientes principales del llamado hiperrealismo o superrealismo, concretamente aquella que se inspira en un realismo fotográfico derivado del pop. La fotografía, en esta tendencia, se convierte en un instrumento de ayuda para la pintura. Son los casos de Malcolm Morley y Richard Estes. Pero, indudablemente, también participa Niederer de la segunda subtendencia dentro del hiperrealismo, aquella que remite a la tradición de la pintura de caballete, tal como ocurre en Alex Katz, Gerhard Richter y Jacques Monory. Pero esos son únicamente los parentescos, pues la obra de Niederer, de acendrada personalidad, es profundamente original e íntima, teniendo poco que ver con escenarios urbanos o de consumo propios del mundo desarrollado. Bien es verdad que, del mismo modo que ocurría con la pintura de Monory a mediados de los setenta, dominada por el azul, la de Niederer está unificada por un tono sepia que, en su caso, es un referente claramente romántico: ése es el color de viejos grabados y de viejas fotografías que a ella gusta conservar, pero también es el tono en el que se envuelven los recuerdos y las vivencias. Porque si hay un aspecto esencial de la pintura de Niederer que la distancie de aquella corriente de la neovanguardia de la que procede de manera muy remota, es esa inmersión en la propia experiencia vital, en la memoria de las cosas y de las personas, que es lo que ella pinta, y que puede ilustrarse con un cuadro espléndido, síntesis de su obra actual, El jardín de Karen Blixen, pues en él confluyen varios intereses y pasiones: la pasión por África, por Kenia, por su naturaleza virgen y salvaje; la pasión por una escritora adelantada a su época, la danesa Isak Dinesen; la pasión por su propia familia. Este maravilloso cuadro, que procede del pop y del hiperrealismo, pero que no es ni una cosa ni la otra, es toda una declaración de principios acerca de una concepción de la existencia, pacífica y llena de ternura. Tanto ama esos lugares que pinta, que quizá por eso no quiere perder del todo el contacto con los cuadros, y de ahí que los fotografíe en el interior de la vivienda del coleccionista que los ha adquirido, con quien Niederer continúa manteniendo una relación de amistad. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 29 de diciembre de 2006
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