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Carlos Miranda ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS Los intereses primordiales del trabajo de Carlos Miranda (Málaga, 1971) se han centrado hasta ahora en las condiciones expositivas y de representación de la obra de arte, en sus diversas y a veces hasta contradictorias referencias, desde la arqueología y la historia hasta la política y la literatura, en las estrategias de ocultación, las teorías del simulacro y las borrosas fronteras de la autoría artística, en el desvelamiento de los procesos de construcción del producto estético y en la crítica de la institución arte, aspecto este último, sin embargo, que también incluye un cierto distanciamiento escéptico hacia la realidad política y un creciente cansancio hacia los vínculos cada vez más débiles entre los políticos profesionales y la sociedad, pero que no por eso renuncia a denostar el actual modelo conformista o simplemente mercantilista o dócil a la imagen del poder en que se han convertido hoy numerosos centros de arte contemporáneo, ajenos en muchos casos a la idea de producción y escindidos de la pulsión social y de los nuevos objetivos de los jóvenes creadores.
Influido, entre otros, por los textos de Jean Baudrillard, Marcel Broodthaers,
Dan Graham, Gilles Deleuze y Th. W. Adorno y por los proyectos urbanísticos de
Rem Koolhaas, los primeros pasos artísticos de Carlos Miranda fueron dados en
colaboración con Juan Aguilar, un grupo que estuvo
Ya en la primera de esas exposiciones aparece el triunvirato de individualidades interconectadas que aparecen en sus trabajos, presididos en este sentido por el viejo recurso literario del heterónimo. El proceso creativo, pues, se ve iniciado por un personaje imaginario llamado Anonymous, que es quien piensa conceptualmente las piezas y quien las elabora desde el punto de vista teórico, un personaje que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo los rasgos fisiognómicos de un filósofo o de un científico árabe del siglo XII o del siglo XIII, por ejemplo Averroes, aunque pudiera ser cualquier otro, un personaje que lo que representa es una idea de tolerancia y de convivencia pacífica, de diálogo inteligente y crítico entre diferentes concepciones culturales. Lo que piensa este personaje es registrado por otro de género femenino, Polaroid Star, una suerte de crítico que inicia el proceso de concreción de lo pensado por Anonymous, mejor dicho, que hace de intermediario entre este último y Carlos Miranda, el encargado por Polaroid Star de realizar y concretar en objetos materiales y tangibles lo ideado por Anonymous. En un montaje donde se combinaban lo visual con lo poético, la exposición de 1999, según el acertado juicio de Jorge Dragón ofrecía «un camino de disolución y repartimiento de los poderes que actúan sobre aquello innombrable que ocurre entre lo que llamamos obra y lo que llamamos espectador», juicio que, a su vez, remite a Michel Foucault y a la fragmentación de la identidad. En la muestra de 2003 incide en esa misma constatación de la naturaleza convencional de la realidad y en idear modos de deconstrucción que la subviertan, por ejemplo lecturas críticas de esa realidad que se constituyen en lenguaje artístico. La más reciente de todas, la que acaba de terminar en la galería Sandunga de Granada, es una mirada desencantada hacia las múltiples formas de especulación urbana que, a partir de fotografías de terrenos y casas abandonadas, remite de manera alegórica y simulada, confundiendo deliberadamente los géneros artísticos, a la pintura realista decimonónica, que se erige ahora en denunciante de la vorágine que amenaza con destruir el frágil equilibrio del ecosistema mediterráneo. Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de marzo de 2005 |