Visiones
de fin de siglo
Una
revisión del cruce de miradas estéticas que caracterizó a la pintura
española en torno a 1900.

Pintura.
La mirada del 98.

Sala
Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 30 de noviembre de 1998.

Sin menoscabo alguno
del reconocimiento por parte de todos los aficionados de que es merecedora la
Diputación de Málaga por su decidido empeño en traer a nuestra ciudad la
interesante muestra que bajo el título de La
mirada del 98 pudo contemplarse
en Madrid durante la primavera pasada, se hacen necesarias, a fin de evitar
malentendidos, un par de breves consideraciones sobre el contenido y el montaje
de la exposición finalmente aquí organizada. En primer lugar, la forzosa y no
siempre acertada selección de piezas que ha tenido que hacerse en función del
limitado espacio disponible. De las 127 obras expuestas en Madrid, sólo se
muestran ahora 64, de las que el mayor número, 51 exactamente, continúan
siendo óleos, aunque se echan de menos cuadros tan significativos como La carga y Garrote vil de
R. Casas, inmejorable oportunidad de haberlos visto por vez primera en Málaga,
alguno de Regoyos, Rusiñol, Mir, Romero de Torres y Picasso, de quienes nada se
ofrece, a pesar de que todos ellos son figuras clave para entender lo que está
ocurriendo en la pintura española finisecular, especialmente, en el contexto de
una revisión del espíritu regeneracionista del 98, y si hubiese que elegir
entre uno de los cinco, Darío de Regoyos, junto a Beruete alumno aventajado de
Carlos de Haes y su representación realista y naturalista del paisaje, heraldo
de la «España negra» y de esa hipersensibilidad estética que tanto gustaba a
los escritores del 98, así como, para no hacer demasiado larga esta nómina de
ausencias —de
la que resulta clamorosa la de El Greco, cuyo descubrimiento por entonces
contamina toda la pintura del periodo—, alguno también de mejor factura de
Solana, asimismo genial exponente, aislado, singularísimo y tardíamente
reconocido, de la estética de lo negro. Qué duda cabe que una selección más
rigurosa y menos precipitada hubiera prescindido de ciertos ejemplos
irrelevantes y traído otros fundamentales, pero esta circunstancia no debería
ocultarnos el problema de fondo de la situación descrita, que no es otro que la
falta de coordinación entre las distintas administraciones, corroborada por el
hecho de que casi simultáneamente a esta muestra haya transcurrido otra de un
pintor insubstancial en las salas del Palacio Episcopal, con bastante
probabilidad capaces de haber acogido el conjunto de la exposición madrileña.
En
segundo término, y motivado sin duda por el afán de colgar un número abultado
de piezas, las angostas medidas de ciertos tramos del itinerario por donde han
de transitar los visitantes impiden que algunas de ellas dispongan de
perspectiva suficiente, a la que se añade el inconveniente de una inapropiada
iluminación, muy ostensible en el caso de Cuerda
de presos, de López Mezquita. Sin embargo, sería desproporcionado no
admitir que, al margen de sendas advertencias, los cuadros exhibidos de Beruete,
Casas, Echevarría, Anglada-Camarasa, Zuloaga y Sorolla justifican sobradamente
la visita.

©Enrique
Castaños Alés
Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de octubre de 1998
