Espacios
mentales
Los
cuadros de Gregorio Mariscal se cubren de una fina gasa como metáfora de la
fragilidad humana

Pintura
y objetos.
Gregorio Mariscal.

Galería
Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 26 de mayo de 2001.

Desde
su anterior exposición individual hace dos años en este mismo espacio, la obra
de Gregorio Mariscal (Jerez de la Frontera, 1970) ofrece como principal novedad
su incursión en el territorio de la escultura y de los objetos, pero en lo que
se refiere a su actividad más característica, la pintura, no sólo no se ha
producido ninguna variación sustancial, sino que se ha consolidado y perfilado
de manera aún más nítida su original propuesta estética. Los cuadros
expuestos de Gregorio Mariscal, entre los que sobresale uno espléndido titulado
Campos de un solo cuerpo, continúan distinguiéndose porque recubriendo
la totalidad de la superficie pintada (acrílico sobre madera) se dispone una
finísima gasa blanca o negra, y sobre ella se cosen con hilo, a modo de
pespunte, indeterminadas figuras o líneas que parecen prolongar o complementar
las manchas pintadas del fondo, así como también pequeños trozos de cartón
que iluminan con su blancura la oscuridad nocturna de algunas de estas
composiciones. Porque, según sea blanca o negra la delgada gasa (tanto que a
poca distancia del cuadro resulta imperceptible) que cubre la pintura, el efecto
alcanzado será completamente distinto, aunque los más conseguidos y los de
mayor intensidad poética quizá sean los cuadros negros, de extraordinaria
sutileza en la gama tonal empleada. Estos cuadros, en los que resulta evidente
una especie de dualidad cósmica entre el día y la noche, entre la luz y las
sombras, se erigen sobre todo como espacios mentales, una suerte de «hábitat
psíquico» abierto e íntimo donde se desarrollan las ideas, dudas y
reflexiones del artista, en oposición (de ahí quizás la fragmentación de los
trozos de hilo) a las ideas cerradas, dogmáticas y totalitarias, y como
contrapunto, precisamente por su recogimiento interior y por su recuperación
del espacio como territorio de la intimidad, al oropel y brillo superficial que
rodea la actual sociedad consumista y mediática. Al contemplar estos hermosos
cuadros, se acuerda uno de las palabras de Ramón Gaya sobre la aspiración del
verdadero artista no a la palabra, ni al arte, ni a la obra, sino al silencio,
«claro que a un silencio vivo, a un silencio de vida»; más aún: «Que deba
ser silencioso y no pueda, en cambio, ser mudo, es la mayor dificultad técnica
del arte».
Más
discutible es la iconografía objetual propuesta ahora por Mariscal,
ejemplificada en piezas como Cobijo
y Hombre niño. La
primera, un trozo de gomaespuma enrollada de la que asoma un diminuto objeto
duro, funciona en principio como una pieza dual: un objeto duro, contundente, sólido,
que no se absorbe ni se diluye (un indicio, quizás, para recordar), cobijado en
una esponja que sí absorbe y que puede ser aquí una metáfora de la mente,
aunque también hay sin duda alusiones sexuales, a la paternidad y a la
fecundidad. La segunda es una pequeña escultura compuesta de una figurita de plástico
sobre un pedestal de cartón con forma piramidal que a su vez se sustenta en una
base de gomaespuma. Es posible que Mariscal nos deje entrever aquí el carácter
infantil, la mirada del niño que se pierde en el adulto.

©Enrique
Castaños Alés
Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 14 de mayo de 2001
