El ritual de Pablo Lozano

Una mirada al mundo del toreo donde conviven mito, ceremonia y arte

Escultura. Pablo Lozano.

Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 30 de septiembre de 1998.

La tauromaquia o arte de lidiar toros, esa danza sagrada entre el animal y el hombre donde confluyen belleza y muerte, simulación y vida, cuyos antecedentes legendarios se remontan al combate de Hércules con los toros de Gerión que pastaban en las llanuras hispánicas, y, en el plano histórico, a los juegos de la antigua Creta representados en los frescos del palacio de Cnossos o la introducción del culto de Mitra en la Península Ibérica, ha sido fuente inagotable de inspiración de los más excelsos artistas y poetas de la modernidad, desde Goya hasta Lorca y Picasso. Desde que a finales de los ochenta, por citar un ejemplo actual, sedujera intensamente a la pintora Soledad Sevilla, quien terminó sintetizando en una instalación memorable, Nos fuimos a Cayambe (1991), la reflexión iniciada poco antes en el lienzo, quizás nadie se había ocupado en España con mayor acento plástico del mundo del toreo que el escultor Pablo Lozano (Madrid, 1960), miembro de una conocida familia de apoderados taurinos y perteneciente él mismo también a la profesión.

Lejos de estar miméticamente subordinado al tema objeto de su atención, actitud que casi con toda seguridad le hubiera conducido a la representación realista o a la inclinación por la anécdota costumbrista, Lozano se interesa de manera primordial tanto por llevar a cabo una investigación de la forma escultórica como realidad estética autónoma desde presupuestos contemporáneos, como por ahondar en el significado simbólico y en el contenido ritual de la fiesta, siempre desde la privilegiada perspectiva que le proporcionan su experiencia y su memoria. Lo primero se advierte, de un lado, en el repertorio material empleado, alambre y chapa de hierro policromada manipulados con vocación artesana, y, de otro, en esa poética del vacío, de los huecos e interioridades que constituyen el verdadero sostén de la forma. De ahí la frágil y aérea presencia de las piezas, envoltorios exteriores, fragmentadas y recosidas siluetas de la carne compacta que les ha sido arrancada, con la única excepción de la titulada Peto (1997), cuya contundencia deriva de su tamaño y disposición a modo de relieve o friso sobre el muro. Por lo que respecta al nivel semántico, Lozano metamorfosea unas veces las cabezas de toro en amenazantes máscaras rituales, otras en esqueletos abandonados, o bien reinterpreta los elementos, signos y conceptos claves de la lidia, trátese del estoque y de las banderillas, de la chaquetilla del traje de luces o del espacio circular del ruedo, como en esa obra a modo de instalación titulada La corrida de la tarde (1997), que el artista ordena e ilumina adaptándola a las características del lugar donde se expone.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de septiembre de 1998