Las formas horadadas

Escultura y pintura. Elena Laverón.

Museo Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 12 de mayo de 2002.

Iniciada al término de su niñez en el dibujo por el informalista Julio Ramis y durante la adolescencia en el misterioso secreto de los colores por el acuarelista Jaime Roca Delpec, la escultora y pintora Elena Laverón (Ceuta, 1938) se formó artísticamente, entre 1954-59, en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona, aprendizaje que se completó durante parte del último año señalado con una beca de estudios en París (donde, sin embargo, le desilusionó la mediocridad en que se encontraba la otrora prestigiosa Grande Chaumière), pero sobre todo durante los tres años que, con motivo de su casamiento, residió en Alemania entre 1963-66.

Al emprender este prolongado viaje, Elena no sólo tiene ya sólidamente decidida desde al menos 1962 su orientación escultórica, sino que ha realizado algunas obras muy notables, en las que se aprecia una original interpretación y asimilación de las formas de la vanguardia histórica. Es el caso de Maternidad de pie (1957), una figura de rotunda volumetría y suaves y delicadas líneas curvas que transmiten con particular ternura el sentimiento al que alude el título y donde resulta inevitable la evocación a Manolo Hugué, y también el de la espléndida Cabra de 1962, asimismo de bronce y en la que, junto a la ineludible remembranza de la célebre escultura homónima de Picasso de 1950 (lo que de paso pone de manifiesto la excelente información con que contaba la autora en aquellas difíciles fechas), advertimos la nerviosa y cálida huella de la mano que modela y va dando forma al modelo de barro.

Ya en esta segunda pieza se observa uno de los primeros indicios de uno de los recursos más persistentes del vocabulario plástico de Elena Laverón: el hueco, la oquedad que atraviesa de lado a lado una parte del cuerpo de la figura y que no es más que una reflexión sobre el vacío y la penetración espacial de la forma. También aquí es obligado recordar la obra de Henry Moore, en la que sin duda se inspira Elena, pero siempre con el resultado de un lenguaje muy personal.

Esta primera y completa retrospectiva que ahora se nos ofrece de la obra de Elena Laverón, comisariada por Antonio Abad y con un valioso texto de Rosario Camacho en el catálogo, ha tenido el acierto de ponderar la especial preocupación de la escultora por la figura humana, así como de rescatar para el público aficionado un aspecto casi desconocido de su producción: la pintura. La frescura e inmediatez de ejecución de sus óleos, sobre todo de sus retratos, se une a una vibrante e intensa emoción de raigambre fauve y expresionista.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 12 de mayo de 2002