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Jules Michelet. Juana de Arco. Ciudad de México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1986. Traducción de Angelina Martín del Campo. La edición original francesa es de 1841.
Anotaciones de Enrique Castaños.
Jeanne d’Arc / Juana de Arco (Domrémy, en la región de Lorena, 1412 – Rouen, 30 mayo 1431). *Domrémy la Pucelle (de la Doncella): en Lorena, junto al Mosa, en la frontera misma, formada por el río, entre Lorena (Lorrain) y Champaña (Champagne).
*Principal página web: http://www.stejeannedarc.net/ *Sobre la extensa bibliografía de la medievalista francesa Régine Pernoud acerca de Juana de Arco, ver: http://fr.wikipedia.org/wiki/R%C3%A9gine_Pernoud#.C5.92uvre *Resulta imprescindible la película muda del danés Carl Theodor Dreyer, La pasión de Juana de Arco (1928), protagonizada por Renée Jeanne Falconetti. También es muy importante la película El proceso de Juana de Arco, realizada en 1962 por el francés Robert Bresson y protagonizada por Florence Delay. Otra película necesaria es Sainte Jeanne, realizada en 1957 por el estadounidense (nacido en el antiguo Imperio austro-húngaro, en una localidad de la actual Ucrania) Otto Preminger, y protagonizada por Jean Seberg. La película de Preminger es una adaptación de la obra homónima (Saint Joan) del dramaturgo irlandés George Bernard Shaw, publicada en 1924.
*Algunas consideraciones de Jules Michelet (Jeanne d’Arc, 1841): Con su pura y santa carne ha embotado al hierro, ha cubierto con su seno el seno de Francia. Abandonada por su rey, por el pueblo, regresó al seno de Dios a través del cruel camino de las llamas. En el cadalso mismo fundó el derecho de la conciencia, la autoridad de la voz interior. Las voces que decía escuchar, las de San Miguel Arcángel, las de Santa Margarita y las de Santa Catalina de Siena, eran, claro está, las propias voces de su conciencia. Su ignorancia sublime volvió mudos a los doctores, convirtiéndose en un rasgo único ante el que todo se borra. Su luminosidad es la misma mirada de Dios. Cuando sus jueces le preguntaron que por qué vestía como un hombre, que por qué conducía un ejército, contestó sólo: «La piedad que daba el reino de Francia». Fue tan grande su piedad que ya no tuvo piedad para sí misma. Con ella, por primera vez se siente a Francia amada como una persona; y Francia se convierte en Francia desde el día mismo en que es amada. ¡Amó tanto a Francia!... Y Francia, conmovida, empezó a amarse a sí misma. Franceses, acordémonos siempre que en nosotros la patria ha nacido desde el corazón de una mujer. Tenía pasión por el sonido de las campanas. El mayor combate de su vida fue abandonar a sus padres y hermanos, la aldea natal. El Dios de aquella época, más que Cristo, era la Virgen; se necesitaba una virgen, una muchacha inmaculada, joven, hermosa, dulce, osada, para que ocurriera lo que ella hizo; es como si la propia Virgen María hubiese descendido a la tierra, a la sagrada tierra de Francia. Tiene plena conciencia de su misión: liberar Orléans y consagrar como rey a Carlos VII en Reims. Después, sólo le espera la traición, el vilipendio, la humillación, el espantoso suplicio. Era preciso que sufriera. Si no hubiese tenido la prueba de la purificación suprema, no habría quedado en la memoria de los hombres como La Doncella de Orléans. El mayor peligro que corrió una vez prendida era su santidad, el respeto y la adoración del pueblo. Su singular originalidad era su buen sentido en la exaltación, lo que convirtió en implacables a sus jueces. «No temo nada, sólo la traición», les dijo a sus padres en Reims. Una serie de circunstancias, mezquindades e intereses, harán posible que Juana sea entregada a los ingleses. Además de éstos, los principales actores fueron el duque de Borgoña, de un lado, y su vasallo, Juan de Luxemburgo. Éste era quien la retenía, primero en la torre de Beaulieu, en la Picardía, y, después, en su castillo de Beaurevoir, cerca de Cambrai. Los ingleses se la pedían, pero entregarla hubiese significado indisponerse con su señor, Felipe el Bueno, esto es, perder el apoyo imprescindible para hacerse con la herencia de su tía, la rica dama de Ligny y de Saint-Pol, que murió en 1431. De otra parte, Felipe el Bueno necesitaba a los ingleses para hacerse con el ducado de Brabante, cuyo duque falleció a principios de agosto de 1430. El duque de Borgoña poseía casi todo lo que rodeaba a Brabante (Flandes, Hainaut, los Países Bajos del norte, Namur y Luxemburgo), pero ésta era la provincia más central y rica, en cuyo territorio estaban Lovaina y Bruselas. La tentación era muy grande. Para conseguir Brabante, para terminar con los asuntos de Holanda y Luxemburgo, para rechazar a los de Lieja que acudían a sitiar Namur, necesitaba quedar bien con los ingleses, es decir, entregar a la Doncella. También fue otra buena oportunidad que la Doncella hubiese sido capturada en el límite de la diócesis de Pierre Cauchon, obispo de Beauvais, pudiendo así éste conminar al duque de Borgoña y a Jean de Ligny a que le entregaran a la prisionera. No obstante, los ingleses presionaron al duque de Borgoña con un arma más terrible aún: la económica. El Consejo de Inglaterra prohibió, desde el 19 de julio de 1430, que los comerciantes ingleses hiciesen negocio con Flandes, especialmente Amberes, de tal modo que ni podían vender allí la lana inglesa ni comprar los tejidos flamencos. Éste fue otro factor, además del asunto de Brabante, que doblegó a Felipe el Bueno. Finalmente, Carlos VII abandonó a la Doncella a su suerte. Juana de Arco fue entregada por el duque de Borgoña, quien desde entonces hizo pintar sobre sus armas un camello sucumbiendo bajo el fardo, con un triste lema que desconocen los hombres que tienen corazón: «Nadie está obligado a lo imposible». Interés, codicia, cobardía y mezquindad se confabularon contra Juana, pero ese destino era ineluctable. Los ingleses sólo la ponían en manos del juez eclesiástico, esto es, la «prestaban». Si fallaba el fuego vendría el hierro. La muerte de la Doncella era inevitable. A pesar de las irregularidades, de la ausencia completa de defensa, de la presencia de tantos hombres doctos, de las amenazas, de las artimañas, la mentira y la infinita presión, Juana, con su sencillez, su candor, su pureza, su virginidad inmaculada, desbarató una y otra vez con sus respuestas a sus atónitos e implacables jueces. En los primeros días, llegó a decir: «Lo que dicen los niños es que a menudo cuelgan a las gentes por haber dicho la verdad». En medio de sus ingenuidades, decía cosas sublimes: «Vengo de parte de Dios; no tengo nada que hacer aquí, devolvedme a Dios, pues de su parte he venido». Y a Cauchon, le dice: «Decís que sois mi juez, reflexiona bien en lo que vais a hacer, pues en verdad soy la enviada de Dios; os ponéis en gran peligro». Para perderla, le preguntaron: «Juana, ¿crees estar en estado de gracia?», a lo que ella contesta: «Si no estoy, que Dios quiera ponerme. Si estoy, que Dios quiera mantenerme». Quedáronse estupefactos. Cuando insidiosa e impúdicamente le preguntaron si San Miguel estaba desnudo cuando se le aparecía, respondió con celestial pureza: « ¿Pensáis entonces que Nuestro Señor no tiene con qué vestirlo?» En otra ocasión, al ser preguntada si Dios odiaba a los ingleses, responde: «Del amor u odio que Dios tiene a los ingleses y lo que hace de sus almas, nada sé; pero bien sé que serán arrojados de Francia, salvo los que ahí perezcan». Dice que sus santas le confesaban: «Tómalo todo con paciencia; no te preocupes de tu martirio, por fin llegarás al reino del Paraíso». Como no había modo de hacerla pasar por secuaz del diablo (además, era virgen, y una doncella no podía hacer tratos con el demonio), atacaron el lado vulnerable de su santidad: su santidad misma, manifestada en su libre inspiración, en su voz interior, la de su conciencia, insobornable; la revelación personal, la sumisión a Dios, el Dios interior. Esto no pudieron soportarlo. Como quisieran confundirla respecto a la distinción entre Iglesia invisible (la inspiración de Juana era testimonio de esta Iglesia, cuerpo místico de Jesucristo) e Iglesia visible (ésta última no es más que la organización, la autoridad), Iglesia triunfante e Iglesia militante, responde: «He sido enviada al rey de Francia por Dios, la Virgen María, los santos y la Iglesia victoriosa de las alturas; a dicha Iglesia me someto, yo, mis obras, lo que he hecho y lo que haré». En un momento del proceso, asesorada por un legista y dos monjes que la visitaron en su celda, y que corrieron grave peligro, apeló al Papa y al Concilio. Cauchon se puso furioso. Desde ese mismo instante desapareció del proceso la última imagen del Derecho. Un eminente jurista de Rouen, Jean Lohier, tuvo el coraje de decirle a Cauchon, al ver las primeras actas del proceso, que éste era nulo de pleno derecho, que no valía nada, que nada estaba en regla, que los asesores no estaban libres, que se procedía a puerta cerrada, que la muchacha no podía responder a las graves cuestiones doctorales que se le preguntaban. El alegato de Lohier concluyó así: «Este proceso va en contra del honor del príncipe del cual es partidaria esta muchacha; también habría que llamarlo a él y darle un defensor». Consciente de su atrevimiento, Jean Lohier partió de inmediato a Roma a fin de salvar su vida. El estado de la Doncella se agravó durante la Semana Santa. Una buena muchacha como ella, que siempre había cumplido con los mandamientos de la Iglesia, ¿cómo no iba a contemplar horrorizada lo que la Iglesia estaba haciendo contra ella? La lentitud del proceso empezó a exasperar a Winchester y a los ingleses. La respuesta de la Universidad de París (Facultad de Teología), llegó en forma de doce artículos, por los cuales la Doncella estaba consagrada al diablo. La Facultad de Derecho no se atrevió a tanto: aconsejó el castigo, pero sólo si se obstinaba y si estaba en su buen juicio. [En cualquier caso, esta es una mancha imborrable, eterna, para la que fuera luz de la Edad Media europea, la Universidad de París; probablemente, el acto más miserable, inhumano e injusto de toda su historia intelectual]. Después del terrible simulacro del 23 de mayo de 1431 en el cementerio de la iglesia de Saint-Ouen, el cardenal de Winchester no aguantó más. En este punto concreto, hace Michelet unas penetrantes observaciones sobre el carácter psicológico del pueblo inglés y sobre su principal defecto: el orgullo. No podían permitir que una muchacha iletrada hubiese pisoteado su orgullo. Debía morir, ineluctablemente, como fuese. Los ingleses perdieron por completo el honor y mancillaron criminal y atrozmente las más elementales reglas de la caballería cristiana. Uno de sus prototipos ingleses y europeos, lord Warwick, gobernador de Rouen, fue el primero en transgredir ese código ético sagrado. Si la Doncella vestía como un hombre, era para proteger su virginidad entre los hombres, pero esto ni siquiera lo comprendieron las mujeres que la rodeaban, ni las francesas ni las inglesas, con fama éstas últimas de castas y recatadas; cuánto menos los doctores y clérigos que asistían como asesores al proceso.
CRONOLOGÍA
1429 (febrero) → entrevista con Carlos VII (de la Casa de Valois). 1429 (29 abril) → a las ocho de la noche entra la Doncella en Orléans. 1429 (4 mayo) → el ejército francés entra en Orléans. 1429 (domingo 8 mayo) → liberación de Orléans. El sitio había durado siete meses, desde el 12 de oct de 1428 al 8 de mayo de 1429. Diez días bastaron para que la Doncella liberara la ciudad. 1429 (16-17 de junio) → Batalla de Beaugency, ganada por los franceses. 1429 (18 de junio) → Batalla de Patay, ganada por los franceses. 1429 (julio) → Sitio de Troyes. Carlos VII entró en la ciudad el 9 de julio. 1429 (17 de julio) → consagración en Reims de Carlos VII. Había entrado en la ciudad el día 15. 1429 (25 de julio) → El obispo de Winchester entra con su ejército en París. 1429 (agosto) → Carlos VII marcha hacia París. La Doncella no aprueba esta expedición, pues entendía que no se debía ir más allá de Saint-Denis, donde se hallaban las sepulturas reales. 1430 (23 de abril) → El joven rey Enrique VI es llevado a Calais por el cardenal de Winchester. 1430 (23 de mayo) → hecha prisionera en el sitio de Compiègne y vendida por sus captores a Juan de Luxemburgo (Jean de Ligny). 1430 (26 de mayo) → en nombre del vicario de la Inquisición en Francia, sale de Rouen un mensaje requiriendo al duque de Borgoña y a Jean de Ligny para que entreguen a la Doncella. Ese vicario, un dominico, estaba en Rouen bajo la todopoderosa dependencia de Winchester, quien acababa de nombrar a lord Warwick gobernador de la ciudad. 1430 (12 de junio) → una carta de Enrique VI de Inglaterra hízole saber a la Universidad de París que el obispo de Beauvais (Pierre Cauchon) y el representante de la Inquisición en Rouen, juzgarían juntos a la Doncella en esta ciudad. 1430 (noviembre) → los borgoñones la venden a los ingleses. 1430 (2 dic) → Enrique VI de Inglaterra entra en París. 1431 (9 de enero) → comienza el proceso en Rouen, bajo la presidencia de Pierre Cauchon, a quien acompaña el representante de la Inquisición (éste fue atemorizado por los ingleses y comprado finalmente por veinte sueldos de oro). Numerosos doctores de la Iglesia, teólogos, hombres de leyes y miembros de universidades participaron como asistentes, siendo renovados constantemente. Fueron bastantes docenas. Lo que debía ser un proceso de magia se convirtió en un proceso de herejía. El promotor del proceso, el papel más activo, fue reservado a un tal Estivet, canónigo y peón del obispo de Beauvais. 1431 (9 febrero) → el rey Enrique VI vuelve a Londres. El cardenal de Winchester se establece en Rouen para vigilarlo todo de cerca. 1431 (21 febrero) → Juana comparece por vez primera ante sus jueces. 1431 (11 de mayo) → el verdugo la visita por vez primera en la celda para atemorizarla, haciéndole creer que la tortura estaba lista; pero Juana no se doblegó: al revés, su valor se redobló. Su espíritu resplandecía de tal manera que hasta el mismo Jean de Châtillon, archidiácono de Évreux (en Normandía) y su último adversario, se convierte en su defensor y declara que el proceso es nulo. Cauchon, fuera de sí, le hizo callar de inmediato. 1431 (24 de mayo, jueves) → el cardenal de Winchester apremia para que termine de una vez el proceso. Este mismo día, en el cementerio que había detrás de la iglesia de Saint-Ouen, se llevó a cabo un terrible simulacro, con el fin de engañar al pueblo y perder a la Doncella. Presidían Cauchon y Winchester. Una vez más, Juana desbarató sus planes. El odio cegó ya definitivamente a los ingleses. No obstante, firmó el documento de retractación. No se pondría las ropas de hombre; en cuanto a lo demás, lo mantuvo todo. 1431 (25-26 de mayo, viernes y sábado) → un lord inglés se ofrece a violarla en la prisión, a fin de que pierda su virginidad. Las palabras pronunciadas en el momento de su martirio, permiten pensar con suficiente autoridad que el acto no llegó a consumarse por la resistencia de la Doncella. 1431 (27 de mayo, domingo, día de la Trinidad) → los carceleros la obligan de nuevo a ponerse las ropas de hombre, algo que en el fondo no convenía a los ingleses. En la práctica se trataba de retractarse de la retractación teatralizada del 24 de mayo. Es decir, Juana se convierte en relapsa, en hereje reincidente, el más grave crimen para la Iglesia. 1431 (28 de mayo, lunes) → se consuma la reincidencia como relapsa cuando se reafirma en todo lo que había dicho antes del escarnio del día 24. Vuelve a afirmar que sus santas le habían hablado otra vez, diciéndole: «Daba mucha piedad haber abjurado para salvar su vida». 1431 (29 de mayo, martes) → se decide que la ejecución tendrá lugar al día siguiente. 1431 (30 de mayo, miércoles) → martirio de Juana de Arco. A las ocho de la mañana es notificada la convocatoria del día anterior, una convocatoria en la que se ordenaba su comparecencia, para comunicarle que iba a ser quemada. Esa mañana del miércoles, Cauchon le envía un confesor de la Orden de Predicadores, que no se separará de ella, el hermano Martin L’Advenu, un buen hombre. Al conocer Juana de qué modo iba a morir, dice unas palabras de las que se infiere que la violación en la celda no se consumó: « ¡Ay!, me tratan tan horrible y cruelmente que hará falta que mi cuerpo enteramente limpio, nunca corrompido, hoy se vea consumido y convertido en ceniza». A las nueve de la mañana, vestida con ropa de mujer, la suben a la carreta con destino a la plaza del mercado viejo de Rouen, lugar de la ejecución. Ochocientos soldados ingleses fuertemente armados previenen a la multitud. La acompañan el confesor dominico, el ujier Massieu y el monje agustino Isambart de La Pierre, tres hombres buenos cuyos testimonios en la revisión del juicio, veinte años después, resultarán decisivos. Ninguno de los tres la dejará ya. Juana fue quemada viva, a fuego lento, subida a una gran altura para que el suplicio fuese lo más atroz posible, para que las llamas fueran devorándola despacio, para que primero consumiesen su vestido y quedase desnuda, a fin de exhibir y mancillar hasta el infinito su cuerpo puro y hermoso. Ni una sola palabra contraria a la fe pronunció en momento tan terrible. Una y otra vez se remitió a sus voces, afirmando de nuevo y por última vez que esas voces venían de Dios: «Sí, mis voces eran de Dios, mis voces no me han engañado». Perdonó a sus verdugos. Si tuvo un momento de debilidad, de flaqueza, fue un instante, pues se trataba de una persona, un ser humano, con su cuerpo sometido a indecible tormento. Pero esa debilidad instantánea, casi como un fogonazo que rápidamente se apaga, sólo es comparable al de Cristo en la Cruz cuando invoca al Padre (« ¿Por qué me has abandonado?» Esa misma debilidad la tuvo antes Jesús en Getsemaní. El pensador existencialista italiano Luigi Pareyson, fallecido en septiembre de 1991, se ha referido a ella con una gran hondura metafísica, hablando, en su célebre estudio sobre Dostoyevski, del «momento ateo de la divinidad». Ese estudio se publicó póstumamente, en 1993, por sus discípulos Giuseppe Riconda y Gianni Vattimo. En español lo publicó la editorial Encuentro en 2008, con el mismo título de la edición italiana: Dostoievski: filosofía, novela y experiencia religiosa. Véase la segunda parte, cap. III, apartado XII, que corresponde a las págs. 288-291 de la edición española). Tanto el confesor dominico, como el monje agustino Isambart de La Pierre, atestiguan, como se ha dicho, sus últimas palabras. El ujier Massieu y el hermano Isambart le buscaron una cruz de la vecina iglesia de San Salvador. El dominico subió con ella a la hoguera, hasta el último momento, cuando ya se había encendido el fuego. Juana le conminó a que descendiese. Era aproximadamente mediodía cuando expiró. Lo último que pronunció fue: « ¡Jesús! », y entregó su alma a Dios.
ALGUNOS NOMBRES:
*Baudricourt, Robert de († entre febrero y agosto de 1454). Capitán de la ciudad lorenesa de Vaucouleurs que puso en contacto a Juana con el duque de Lorena, facilitándole después que acudiera a la corte de Carlos VII.
*Dunois (Jean de Orléans, conde de), príncipe capeto (1403 – 1468), llamado el Bastardo de Orléans, hijo natural de Luis I, duque de Orléans, y de Mariette d’Enghien. En 1421 se puso al servicio del Dauphin (Delfín) Carlos (futuro Carlos VII). Defendía Orléans, asediada por Talbot, cuando Juana de Arco fue a liberar la ciudad.
*Yolanda de Anjou, reina de Sicilia y suegra de Carlos VII. *Jean Daulon, escudero de Juana de Arco. *Louis de Contes, paje de Juana de Arco. *Santiago Darc / Jacques d’Arc / Jaime Darc, padre de Juana de Arco. *Isabel Romée, madre de Juana de Arco. *Jaime Darc / Jaime d’Arc, hermano mayor de Juana de Arco. *Haumette, amiga íntima de Juana de Arco, tres o cuatro años menor que ella. *Pierre d’Arc, hermano de Juana de Arco. *Jean Pasquerel, ermitaño agustino, designado confesor de Juana de Arco antes de encaminarse la Doncella a Orléans. *Milet, tesorero del duque de Orléans, en cuya casa de esa ciudad se alojaba la Doncella durante el sitio. *Carlota, una de las hijas de Milet. *Colette, esposa de Milet. *Guy XIV de Laval / François de Laval-Montfort (1406-1486), primer conde de Laval, compañero de armas de Juana de Arco antes de levantar el sitio de Orléans. * Sainte-Catherine-de-Fierbois, localidad francesa (región Centro, distrito de Chinon) en cuya capilla dedicada a Santa Catalina se detuvo Juana de Arco, el 4 de marzo de 1429, antes de dirigirse a Chinon, donde se hallaba el Dauphin. *Monsieur de Gaucourt, gran maestre de la Casa real de Francia. Participó en el sitio de Orléans. *La Hire. Militar francés, de Gascuña, muy feroz. Participó en el sitio de Orléans. Se amansó en presencia de la Doncella. *Enrique VI (1421 – 1471). Rey de Inglaterra, de la Casa de Lancaster. Fue coronado rey de Francia, aunque ya sin efecto alguno, puesto que Carlos VII fue consagrado antes en Reims, el 16 de dic de 1431. *John of Lancaster, duque de Bedford (1389 – 1435). Miembro de la familia real inglesa, era hijo de Enrique IV de Inglaterra y tío de Enrique VI. Fue regente de Francia. *Humphrey de Lancaster, duque de Gloucester (1390 – 1447). Hijo de Enrique IV de Inglaterra y hermano de Enrique V, fue protector del reino, disputándose el poder con su tío el obispo de Winchester. *Henry Beaufort (ca. 1377 – 1447). Obispo de Winchester y cardenal, miembro de la familia Plantagenet. Le disputó el poder a su sobrino el duque de Gloucester, durante la minoría de edad de Enrique VI. El Consejo del que formaba parte, integrado también por los arzobispos de Canterbury, York, Ely, Londres y Bath, gobernó de hecho durante un tiempo Inglaterra, con lo que, con el advenimiento de la Casa de Lancaster, el Gobierno de Inglaterra era prácticamente eclesiástico, no laico. Fiscalizó permanentemente al tribunal que condenó a la Doncella. *Conde de Salisbury / Thomas Montaigu / Thomas Montacute (1388-1428). Militar inglés. Murió durante el sitio de Orléans. *John Talbot (1384/1387 – 1453). Uno de los jefes militares ingleses durante la Guerra de los Cien Años. *Sir John Fastolf / Falstolff / (1380 – 1459). Militar inglés que participó en el sitio de Orléans. Se considera por algunos que sirvió de inspiración a Shakespeare para su personaje de Falstaff en Enrique IV y en Las alegres comadres de Windsor. *William Glasdale, capitán inglés que participó y murió en el sitio de Orléans. *William de la Pole, primer duque de Suffolk (16 oct 1396 – 2 mayo 1450). Jefe del ejército inglés durante el sitio de Orléans. *Juan II, duque de Alençon (1409 – 1476). Participó en el sitio de Orléans y en la batalla de Patay. *Georges Ier de la Trémoille (1384 - 1446). Gran Chambelán de Francia en 1428. *Condestable de Richmond / Arthur III de Bretagne, conocido como «Connétable de Richemont» o «le Justicier» (1393 – 1458). *Guillaume Gruel, gentilhombre del Condestable de Richmond. Escribió un panegírico de su señor. *Robert Le Maçon (ca. 1365 - 1443). Natural de la región de Anjou, fue Canciller de Francia bajo Carlos VII y protector de la Doncella. *Felipe el Bueno, duque de Borgoña y conde de Flandes (Dijon, 1396 – Brujas, 1467). El 10 de enero de 1430 se casó con su tercera y última esposa, Isabel de Portugal, hija de Felipa de Lancaster y del bastardo Juan I de Portugal, rey de Portugal y fundador de la Casa de Avis. El día de su casamiento instituyó la Orden del Vellocino de Oro, conocida como Orden del Toisón de Oro. *Jean de Ligny / Juan de Luxemburgo / Jean II de Luxembourg-Ligny, vasallo del duque de Borgoña (1392 – 1441). *Lord Warwick / Richard de Beauchamp, 13e conde de Warwick (1382 – 1439). Se encargará de la vigilancia del proceso contra Juana de Arco en Rouen. *Pierre Cauchon (ca. 1371 – Rouen, 1442), obispo de Beauvais, tomó partido por el duque de Borgoña en contra de Carlos VII de Francia. Presidió el tribunal que condenó a la Doncella.
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