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Hadewijch de Amberes o de Brabante. Cartas. Madrid, BAC, 2001. Edición de Loet Swart. Resumen y algunos extractos del libro. Las aclaraciones y datos entre corchetes son de Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.
*En su magnífica Introducción, de la que transcribimos algunos párrafos, Loet Swart [profesor holandés nacido en 1950] nos dice que no existe ninguna biografía sobre Hadewijch. Lo que sabemos de ella es muy poco. Gracias a una frase que aparece en la llamada «Lista de los perfectos», colocada al final de sus Visiones, así como a determinados sucesos históricos bien conocidos, podemos fechar con bastante aproximación las Visiones, aunque no las Cartas. La frase dice: «Una beguina que, por causa de su amor verdadero, fue ajusticiada por orden del maestro Robbaert, es la vigésimo novena [de las personas perfectas]». El carácter críptico de la frase se debe a las dificultades que atravesó el movimiento de las beguinas [sobre éstas, véase lo dicho en el archivo sobre Matilde de Magdeburgo y en el de Margarita Porete] en relación con las autoridades eclesiásticas. El maestro Robbaert no era otro que el inquisidor Robert le Brouge, quien, el 17 de febrero de 1237, ordenó que una beguina de nombre Aladys o Alyedis, fuera quemada. La ejecución originó una revuelta popular que provocó la destitución del inquisidor en 1239 [había sido designado primer inquisidor de Francia por orden de Gregorio IX, papa entre 1227 – 1241; Le Brouge comenzó a actuar en 1232, principalmente contra los cátaros, siendo sus destinos el Franco Condado, Charité-sur-Loire (cerca de las regiones históricas de Borgoña y del Franco Condado, hoy pertenece a ellas, junto a su frontera occidental), Cambrai, Douai y La Champagne, aunque fue suspendido de sus funciones durante 1234-1235, retomándolas en 1236]. Esta frase nos indica que Hadewijch debió completar sus Visiones después de 1237. En la misma «Lista de los perfectos» habla de «siete eremitas» que se establecieron en Jerusalén junto al Muro de las Lamentaciones. La ciudad había sido reconquistada el 17 de marzo de 1229 por el emperador Federico II Staufen, pero la derrota de los cristianos en Gaza en 1244 motivó que de nuevo cayese en poder de los sarracenos. De ahí que sea muy improbable que hubiese eremitas cristianos en Jerusalén después de esa fecha. Por lo tanto, las Visiones debieron redactarse entre 1237 y 1244. No podemos precisar, sin embargo, la fecha de redacción de sus XXXI Cartas. [Hadewijch estuvo activa como escritora, aproximadamente, entre 1220 y 1250]. Lo que sí es indudable es que escribe en lengua vernácula, como todas las beguinas místicas, en su caso en la lengua neerlandesa que se hablaba en el Ducado de Brabante. Además de conocer bien las Sagradas Escrituras y de saber latín, había leído a Guillermo de Saint-Thierry [teólogo cisterciense nacido en Lieja, ca. 1075 – 1148] y al teólogo Ricardo de San Víctor [1110 – 1173, último gran representante de la parisina Escuela de San Víctor]. Uno de los grandes estudiosos de Hadewijch ha sido el jesuita belga Jozef van Mierlo [1878 – 1958]. Un importante defensor de las beguinas fue Jacques de Vitry, canónigo agustino, teólogo, obispo y cardenal que fue benefactor, confesor y predicador de la beguina y escritora mística brabanzona María de Oignies (1177 – 1213), de la que Vitry escribió su vida. La intercesión de Vitry, en 1216, recién nombrado obispo de Acco, ante Honorio III (1216 – 1227), hizo posible que el Papa permitiera la vida en comunidad de las beguinas de la diócesis de Lieja, norte de Francia y Alemania, sin necesidad de adherirse a una Orden monástica. Pero la actitud de Honorio III fue, en cierto modo, casi excepcional. Las beguinas estaban fascinadas por la teología de la Trinidad. Parece ser que Hadewijch fue una mujer polémica, que tuvo problemas con la comunidad de beguinas a la que pertenecía, por lo que hubo de abandonarla en compañía de muy pocas seguidoras, llevando desde entonces una vida errante plagada de dificultades. Las Cartas V y XXIX confirman estos datos. Muchas de sus Cartas están dirigidas a una amiga, a la que llama «querida niña», que aún formaba parte de la primera comunidad en la que vivió Hadewijch, siendo ésta su guía espiritual. La influencia de Hadewijch queda patente en la citada «Lista de los perfectos». Hadewijch era tanto una escritora que describe y reflexiona sobre sus experiencias místicas, como una mistagoga, esto es, alguien que inicia en los sagrados misterios divinos. Desde muy joven se sintió invadida por un amor que lo envolvía todo. Ella sentía a Dios de tal forma, que parecía derrumbarse, pero al mismo tiempo experimentaba una fuerza renovada que consideraba procedente de Dios mismo. Un siglo antes que ella, la teología había estado fuertemente influida por la filosofía islámico-helénica que predicaba la incognoscibilidad de Dios. El convencimiento de los teólogos de la Universidad de París y de los Studia Generalia [las instituciones de las que surgieron las primeras universidades del Occidente cristiano a partir de las escuelas catedralicias y de las escuelas monásticas] de que el ser humano, por sus limitaciones, no sería nunca capaz de comprender ni de alcanzar a Dios, fue el origen de una lamentable división. A un lado quedó la teología racionalista, donde la espiritualidad no tenía cabida, y al otro la devoción, que, por necesidad, evitaba la razón crítica. Escritores espirituales con profundo conocimiento teológico, como Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint-Thierry, se opusieron enérgicamente al cisma que se estaba produciendo. En tiempos de Hadewijch, se distinguían dos tipos de clérigos «buenos». De un lado, los honrados devotos, que esquivaban el desafío que el pensamiento griego postulaba para poder adherirse completamente a la fe con su promesa de contemplación de Dios y de amistad con Él. De otro lado estaban los cultos, que se debatían interiormente porque con su entendimiento eran conscientes de la incognoscibilidad de Dios, pero que, sin embargo, con su fe aceptaban las promesas del Evangelio. Al mismo tiempo, y a causa de este conflicto, el sabio judío Maimónides escribe su Guía de perplejos [ca. 1190], en un intento de mediar entre tradición y espíritu crítico. La gran importancia de Hadewijch radica en que ella no cedió ante la tentación de minimizar la inteligencia humana o de desarrollar un discurso que no hiciera justicia a la trascendencia de Dios. Hadewijch rechazaba la espiritualidad carente de sentido crítico, basada tan sólo en los sentimientos y en la devoción; concedía a la razón un tratamiento preeminente en su obra, incluida la lírica. La trascendencia de Dios, su grandeza frente a nuestra pequeñez y nuestra incapacidad para honrarle como corresponde a su dignidad, constituye uno de los temas clave de sus Cartas. Es en las Cartas donde la visión mística de Hadewijch se expresa con mayor amplitud. Señalan un camino: en ellas se nos presenta la vida y las elecciones de Hadewijch como un espejo. El Libro de Visiones también está escrito para una amiga, y, de camino, para un grupo de seguidoras. A pesar de que Dios puede ser conocido, esto no significa que la unión mística con Él sea algo asequible. El camino para llegar a ella es el camino de la progresiva semejanza con Jesucristo, un duro recorrido que supone renunciar radicalmente, una y otra vez, a la propia voluntad y deseos, para ser uno con la voluntad de Dios [en términos muy parecidos se expresará decenios después Margarita Porete]. Las dos piedras angulares del discurso de Hadewijch son: 1) el amor y 2) la Trinidad. El amor es el principio, el centro y el final del camino místico de Hadewijch: es el camino en sí mismo. Una vez atrapada por la experiencia del amor, y sin comprender lo que le sucede, se lo juega todo a una carta. Su discurso y su vida están dominados por el amor. El amor se refiere tanto a los lazos entre Dios y los hombres como a los de los hombres entre sí, pero, como personificación, muestra un sujeto que lo domina todo, un personaje «frente» al amante o al «yo». A veces se identifica a Dios o a Jesucristo con el amor; en otros textos, Dios aparece como causa y dador de amor; y en otros, Dios tiene poder sobre el amor. También, en una ocasión, Hadewijch afirma que el amor tiene poder sobre Jesucristo. El amor determina toda la relación, de modo que con esa palabra puede referirse a la persona que ama, a Dios, a la relación, o a la querida amiga a la que Hadewijch escribe. El amor como la personificación de una intención, exigente y orientada a la unión. Hadewijch sitúa su origen en Dios, mas esta intención también puede despertarse en el hombre. En sus Canciones, Hadewijch se ve condicionada por la forma que adquiere la poesía de los trovadores, aunque el contenido de aquéllas constituye una crítica implícita de la realidad a la que esa lírica se refiere: el amor cortés. Mientras que en el amor cortés el objetivo no es la unión con la persona amada, haciendo de la inaccesibilidad del ser amado el summum de su experiencia, Hadewijch emula otra tradición menos extendida: la de las Frauen o Mädchenlieder [canciones de muchachas, de doncellas] en la literatura alemana, los Refrains en la francesa, o las Cantigas de amigo en la literatura portuguesa. Hadewijch, en cuanto representante de la mística del amor, no se resigna a la ausencia de su Amor. «Sus Canciones, escribe el especialista Paul Mommaers en 1982, afirman una y otra vez que el Amado no está y que su ausencia produce un insoportable dolor». Con este grito Hadewijch no sólo expresa su propia desesperación ante la ausencia del Amado, sino que da voz a la de sus compañeras. La segunda piedra angular de su discurso es la Trinidad, para Hadewijch una realidad viva que determina tanto su experiencia mística como la expresión de esa experiencia, y su mistagogía. Podrían distinguirse tres momentos, simultáneos y complementarios: 1) el momento de la Unidad divina antes de que de ella surjan las tres Personas; 2) el momento en que cada Persona surge, adquiriendo carácter propio y «activo»; 3) el momento del más profundo y gozoso recogimiento en la Unidad. Numerosos pasajes en la obra de Hadewijch, especialmente en las Cartas, no podrían comprenderse sin saber que ella ve la Unidad divina como la del «Padre». El Padre, por tanto, no es sólo una de las tres Personas, sino que igualmente representa la Unidad divina. Por esta razón se considera al Padre «integridad». Desde el momento en que se habla del «Hijo», se puede hablar también del «Padre» como Persona divina, «frente» al Hijo. Con ellos, surge el amor de ambos, el Espíritu Santo. Hadewijch nombra al Padre por su Omnipotencia, al Hijo por su Sabiduría y al Espíritu Santo por su Amor divino. Desde el punto de vista de la creación, Hadewijch tiene en cuenta las entidades de las Personas. Padre: creación, omnipotencia y justicia. Hijo: sabiduría, verdad y misericordia. Espíritu Santo: amor, lucidez y plena bondad. Las Personas no actúan separadamente. Cada una comparte las cualidades de las otras, porque las Tres son parte de Dios. Si decimos que el Espíritu es Bondad, entonces Dios es Bondad. La misma Unidad, que es fértil, es también unión de gozo: en la fruición del Amor nunca ha habido ni nunca puede haber otra labor que el gozo unitario donde la única poderosa divinidad es Amor (Carta XVII, 3). Aquí también el Padre es el principio. La incorporación a la Unidad tiene lugar porque Él exige esa unidad. En palabras de Hadewijch, su labor es devorar, es un torbellino, un abismo, oscuridad (Carta XVII, 2). El ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26). Esta idea, que es el motivo central de cualquier espiritualidad o mística, la concibe Hadewijch desde el punto de vista de la Trinidad. Las tres facultades superiores -memoria, razón y voluntad- representan a las tres Personas (Carta XXII, 10), por lo que la estructura psicológica del hombre es un reflejo de la estructura divina interior. Para evaluar su importancia es necesario relacionar la doctrina de Hadewijch con el denominado ejemplarismo. San Agustín expone este planteamiento, de origen platónico, según el cual todas las cosas ya existen en Dios antes de ser creadas. El rasgo más característico de la espiritualidad de Hadewijch es la nobleza del hombre. La perfecta vida humana es ya vida interior de Dios. Veamos ahora los tres grandes temas de Hadewijch. 1. Las experiencias y líneas dinámicas de la vida del amor. Quien se entrega completamente, será recompensado por el Amor. Avanzar hacia la madurez: «numerosos son los golpes que recibimos, pero si nos mantenemos firmes, alcanzaremos la madurez» (Carta V, 2). 2. El camino de la semejanza con Dios. Este tema se divide a su vez en dos subtemas: semejanza con Jesucristo y semejanza con la Trinidad. En cuanto a la semejanza con Jesucristo, una señal inequívoca de que se está siguiendo la voluntad de Dios es el dolor. «Cuando al alma le queda sólo Dios y no conserva voluntad propia, sino que vive completamente de acuerdo con la voluntad divina y se pierde a sí misma y quiere todo lo que Él quiera como Él mismo, y está sumergida en Él y se ha convertido en nada, entonces (…) ella se convierte en todo lo que Él es» (Carta XIX, 3) [un pensamiento prácticamente igual lo encontraremos posteriormente en Margarita Porete]. Quien sigue el camino de las virtudes, crece en semejanza con la humanidad de Jesucristo, y sin ésta, la otra no es posible. En cuanto a la semejanza con la Trinidad, la mística de la Trinidad no es otra que la cristológica. La semejanza con la Trinidad constituye la culminación de la semejanza con Jesucristo en su humanidad y divinidad. Crecer en semejanza con la humanidad de Jesucristo, la imitatio Christi, significa, no obstante, vivir según las exigencias de la Trinidad, mientras que la unión con su divinidad nos conduce al Padre, y, en última instancia, a la unión esencial. 3. Satisfacer a Dios y al Amor. El tercer gran tema de Hadewijch, que se explora principalmente en las Cartas, es su llamamiento a satisfacer al Amor, a amar a Dios como merece. Satisfacer a Dios es imposible. Dios (el Amor) se basta a sí mismo. [Angelus Silesius dirá en el siglo XVII que tanto necesita el hombre a Dios como Dios al hombre]. Ahora bien, la tesis de Hadewijch no debe interpretarse como indiferencia de Dios hacia el hombre [¿para qué lo habría creado, entonces?], pues la mística beguina habla, precisamente, de la exigencia de unidad que Dios hace al hombre. La razón de que se baste a sí mismo no significa que el hombre sea insignificante, sino la inabarcable riqueza de Dios. En Él hay una dinámica de amor eternamente rica, porque Él es trino, y, al mismo tiempo, el único y simple gozo de las tres Personas. Satisfacer a Dios: el origen de esta misión imposible. «Pues incluso cuando nos parece que un hombre lleva una vida agradable a Dios, todavía le queda mucho para satisfacer completamente al Amor» (Carta XIII, 2). «Dios te haga conocer -le escribe a una amiga- toda tu deuda con Él: el sufrimiento justificado, pero, sobre todo, el amor exclusivo, con el cual, como Él mismo nos encargó, se debe amar a Dios por encima de todo» (Carta XIII, 4). «A medida que crece el amor entre el alma y su Dios, crece también un temor que es doble. El primero de ellos es como sigue: se teme no ser digno de ese Amor y no ser nunca capaz de hacer por Él lo suficiente» (Carta VIII, 1). Proceder con esta misión imposible: humildad y desprendimiento. La oposición entre la exigencia del amor y la imposibilidad de satisfacerla no es una antítesis matemática, sino una tensión mística que implica una inquietud fundamental. Finalmente, será Dios mismo quien eleve al amante por encima de sus posibilidades y lo acoja en su Unidad. Más allá de la humildad: libertad y vocación divina. Más allá de la humildad, se levanta en el alma la conciencia de su vocación divina. Ésta guarda relación con la unidad primitiva del alma con Dios (el ejemplarismo), con la nobleza del alma, pero también con un espíritu de audacia y libertad. Hadewijch nos alienta a afrontar a Dios. Nosotros no podemos satisfacer a Dios, pero Él sí puede satisfacernos a nosotros; en la libertad del amor, el verdadero amante se dirigirá a Él, siempre y sin reservas. Para Hadewijch es inconcebible que sólo se desee un poco de Dios; eso es propio de una pobre mentalidad. Loet Swart termina su Introducción precisando el significado de algunos términos y conceptos específicos de Hadewijch: a) orgullo, esto es, la conciencia de la vocación divina del hombre, al que Dios llama de nuevo a su unidad; b) deuda, un término que Hadewijch no usa en sentido moral, sino en sentido místico. Lo que el Amor divino exige al hombre es satisfacer a Dios, honrarle y amarle según corresponde a su dignidad, a su grandeza y a su infinito amor; c) los extraños o extranjeros: frente a los nuestros, esto es, los miembros de la comunidad de beguinas de Hadewijch, están los otros, los extraños o extranjeros, que representan la absoluta incomprensión del Amor. Son creyentes inflexibles y obstinados, quizás representantes de la concepción teológica de la absoluta incognoscibilidad de Dios. Encarnan la incomprensión de la vida en el amor; d) purgatorio e infierno, que, para Hadewijch son estados, el primero temporal, el segundo definitivo, que suceden a nuestra existencia temporal, y donde los pecadores experimentan la separación de Dios como purificación o castigo por sus pecados.
EXTRACTOS DE LAS CARTAS *Carta IV / «Un espíritu de buena voluntad vive interiormente de forma más hermosa de lo que puedan establecer todas las reglas». *Carta VI / «Todos deseamos ser Dios con Dios, pero, Dios lo sabe, pocos de entre nosotros quieren ser hombres con su humanidad, llevar su cruz, ser crucificados con Él y pagar hasta el fin la deuda de la humanidad» [estas palabras nos evocan lo que escribiera Simone Weil en Marsella, entre octubre de 1940 y mayo de 1942, acerca de la desdicha]. *Carta X / «Por eso ocurre que los corazones ligeros se conmueven más fácilmente que los graves, y las almas pobres en gracia más fácilmente que las ricas». *Carta XII / «Todo lo que nos cabe pensar de Dios, o comprender o imaginarnos de Él de alguna manera, no es Dios». *Carta XIII / «Es una vida terrible la que quiere [el Amor]: que se deba prescindir de la satisfacción del Amor para satisfacerlo (…) Pues es tan grande la violencia del Amor que les atrae [a sus amantes] desde dentro, y tan grande e inasible les resulta el Amor, que se sienten insignificantes e incapaces de saciar a este Ser que es el Amor». *Carta XVIII / «La Razón no puede ver a Dios sino en lo que no es. El Amor no descansa sino en lo que Él es». *Carta XXII / «El que quiera comprender y conocer a Dios, tal como es en su nombre y en su esencia, debe pertenecerle enteramente, tanto que olvide su propio yo». «Dios está por encima de todo, pero no está elevado. Dios está debajo de todo, pero no oprimido. Dios está dentro de todo, pero no incluido. Dios está fuera de todo, pero, no obstante, completamente comprendido». «Que Dios está por encima de todo, pero no elevado, quiere decir que Él eleva y elevará eternamente su naturaleza desmedida. Pero, como lo que eleva es Él mismo, no se eleva y no está elevado. Y como la eternidad divina experimenta sin principio ni fin un único goce de vivo Amor, la profundidad de su Ser sin comienzo hace que la altura de su Ser sin fin no la eleve. Su propia naturaleza, terriblemente dulce, la satisface plenamente. La sublime esencia se abisma en la sima de Dios, que queda sin elevar». «El segundo punto, que Dios está por debajo de todas las cosas y que nada le oprime, significa que la profundidad de su naturaleza eterna sostiene, nutre e incrementa a todas las criaturas con la misma riqueza que es Dios en su riqueza divina. Pero, como la mayor de sus profundidades y la más sublime altura divina están al mismo nivel, Dios está debajo de todas las cosas sin que nada le oprima» (…) «El tercer punto, que Dios está dentro de todas las cosas y no está incluido, significa que Él está en el gozo eterno de Sí mismo, en el tenebroso poder del Padre y en las maravillas del Amor de sí mismo y en el fluido claro y abundante del Espíritu Santo. Dios está también en las tormentas que se levantan en la Unidad y que condenan y bendicen a cada ser como merece. En el interior de la Unidad, Él está gozándose en la gloria que Él es en sí mismo». «Aunque está en todas las cosas, no está incluido, pues Dios expresa su Unidad en tres Personas y las inclina hacia nosotros sobre cuatro caminos. En primer lugar, prodiga el tiempo eterno que es Él mismo en su Amor inalcanzable, que ningún espíritu puede alcanzar ni comprender, si no es un solo espíritu con Él (…) Los otros tres caminos por los cuales se inclina hacia nosotros son los siguientes: el primero, que nos ha dado su naturaleza; el segundo, que ha entregado a la muerte su sustancia; el tercero, que ha adecuado el tiempo. Él ha transmitido su naturaleza a nuestra alma con tres facultades para amar a las tres Personas: al Padre con la Razón iluminada; al sabio Hijo de Dios con la Memoria; al Espíritu Santo con la elevada Voluntad ardiente. Tal es el don que hizo su Naturaleza a la nuestra para amarle. Él ha entregado a la muerte su sustancia, es decir, su Cuerpo sagrado, que cayó en manos de enemigos por amor a sus amigos; también se dio a sí mismo de comer y de beber tantas veces y tan íntimamente como se lo quiera recibir (…) Él ha adecuado el tiempo, es decir, espera con extremada paciencia que decidamos a favor de la vida recta (…) En pocas palabras, Dios se ha inclinado en el tiempo y ofrece todo lo que podemos y queremos recibir de Él, todo lo que podemos comprender, según la medida y el modo mismo de nuestros deseos, para estar con nosotros en el gozo y en el Amor». «El Padre derramó su nombre y nos dio al Hijo y lo llamó nuevamente a sí mismo. El Padre derramó su nombre y nos envió al Espíritu Santo. El Padre derramó su nombre cuando exigió al Espíritu Santo reintegrarse con todo lo que había inspirado». «Quiero, Padre, que sean uno en nosotros, como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17, 21). «El Espíritu Santo derramó su nombre, puesto que de él fluyen todos los espíritus santos y los ángeles que reinan allí en la gloria». *Carta XXVIII / «Dios es para mí presencia, Dios es para mí efusión, Dios es para mí totalidad. En el Hijo, me manifiesta su presencia dulcemente. En el Espíritu Santo, Dios es para mí efusión en abundancia. En el Padre, Dios es para mí totalidad deliciosamente». «Así, mediante las Personas, está Dios consigo mismo en la Pluralidad de la riqueza divina». *Carta XXX / «Somos débiles para soportar, pero esforzados en el placer».
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