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La ironía irreverente de Gilbert & George Impresión digital. Gilbert & George. Jack Freak Pictures. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 9 de mayo de 2010.
La pareja de artistas británicos formada por Gilbert (1943) y George (1942) se conocieron en 1967 y ya en 1969 hicieron una de las contribuciones más resonantes de aquella época al arte conceptual: exponerse como esculturas vivientes, generalmente cantando, una especie de performance que socavaba aún más los ya débiles límites de los géneros tradicionales, pero que tampoco se sustrajo por completo al concepto clásico y secular de escultura, pues a diferencia, por ejemplo, de Carl André, los provocadores artistas británicos seguían siendo fieles al pedestal. De ahí que se presentasen subidos a una mesa, elevados del suelo, aparición que supieron aprovechar comercialmente hasta mucho tiempo después, pues todavía en 1991 se les pudo observar en la misma postura en la Galería Sonnabend de Nueva York. De hecho, este número artístico encerraba algunas de las constantes de su peculiar lenguaje y estilo, así como de su particular posición en el panorama internacional. De un lado, continuaban explorando el camino iniciado por Marcel Duchamp cuando fue el primero en practicar el travestismo, precedente del body art de la neovanguardia, una senda especialmente desarrollada por Andy Warhol, que hay también que poner en relación con la creación de Salvador Dalí de la propia imagen del artista como obra de arte, en realidad la más importante obra de arte, y, de otro lado, mostraron su sagacidad y extraordinaria capacidad para el negocio del arte, pues detrás de sus provocaciones irreverentes se han escondido siempre importantes dividendos. Es más, viendo una exposición como la actual en Málaga, con más de 150 piezas de gran formato, se corrobora que lo que producen Gilbert & George tiene mucho que ver con una industria del producto artístico, con una auténtica Factory en la que las ganancias son millonarias. La técnica es muy sencilla, y buena parte del trabajo la hace el programa de ordenador correspondiente. Manuel Barbadillo, que no trabajó nunca con el programa Photoshop, nos enseñó, sin embargo, el notable auxilio con que cuenta el artista cuando un programa que combina aleatoriamente imágenes posibles se pone en movimiento; muchas veces, el artista no tiene más que seleccionar aquellas que más le agradan o más se pliegan a sus intenciones. Es lo que ocurre aquí, donde observamos cómo predomina en todas las composiciones la simetría, como en la prueba de Rorschach, pues así opera el programa. Además, la división del panel en cuadrados o rectángulos iguales no responde tanto a una intención estética, cuanto a una concepción racionalizadora del trabajo concebido como industria, ya que de esa manera no sólo se facilita la impresión digital con el plotter, sino que se alivia extraordinariamente el traslado de los cuadros, compartimentados ahora en pequeñas piezas iguales que se depositan sin dificultad en la caja de embalaje. Es lo contrario del trabajo artesano y del oficio tradicional del artista. Pero nada de esto es nuevo, pues, como decimos, desde Duchamp se insistió mucho en evitar la huella del autor. Por eso Yves Klein pintaba sus monocromos con rodillo o Piero Manzoni sumergía sus ácromos directamente en caolín. La contribución principal de la mediática pareja británica está, sin embargo, en relación con el intento de derribar, ironizar o burlarse de símbolos respetados y venerables, tanto políticos como institucionales o religiosos. Pero este escenario irreverente, donde aparentemente nada queda en pie, ni siquiera la propia entidad de sus autores, es al mismo tiempo el escenario de un modo muy productivo de hacer dinero. En esto sí han sabido aprender bien la lección de algunos de sus patres artísticos.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de abril de 2010.
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