Virtuosismo
de Fortuny
Dibujos
y aguafuertes de Mariano Fortuny, el más célebre pintor español de la segunda
mitad del siglo XIX

Grabado
y dibujo. Mariano Fortuny y Marsal.

Museo
del Grabado Español Contemporáneo. C/ Hospital Bazán, s/n. Marbella. Hasta el
17 de septiembre de 2000.

Salvo en
el caso de aquellos historiadores influidos por la corriente del sociologismo
vulgar marxista, incapaces de encontrar cualidad pictórica alguna en su obra, a
la que consideran de
un preciosismo enfermizo subordinado a un gusto burgués
decadente, unas veces rayano en la mera pornografía y otras vinculado a un
costumbrismo folclórico pseudocultural y vacío de contenido, la producción de
Mariano Fortuny y Marsal (Reus, 1838 – Roma, 1874) ha gozado de una progresiva
valoración crítica, especialmente autorizada después de los concienzudos
estudios realizados por Carlos González, Montserrat Martí y Santiago Alcolea. De una fuerte
personalidad y excepcionalmente dotado para el dibujo y la pintura, Fortuny, a
pesar de su prematura muerte, disfrutó de una inmensa fama que muy pronto llegó
a rozar el mito. Formado en el espíritu nazareno dominante por entonces en la
barcelonesa Escuela de la Lonja, lo abandona al llegar como pensionado a la
Ciudad Eterna en 1858, según sus palabras «un vasto cementerio visitado por
extranjeros» del que sólo le interesa el Papa Doria de Velázquez. Sus
verdaderas capacidades terminarán descubriéndose en el primer viaje a
Marruecos, donde queda deslumbrado por la intensidad cegadora de la luz, la
vibrante explosión de color y la ebullición de la vida en todas sus
manifestaciones. Junto a Marruecos y Andalucía, región ésta que le cautivaba
de modo singular, otra de las grandes pasiones de Fortuny fue el Museo del
Prado, donde admiró los cuadros de El Greco, Ribera, Velázquez, los venecianos
y, sobre todo, Goya. Constreñido por los compromisos adquiridos con
instituciones y marchantes, Fortuny, que vivió en una época de transición
confusa estilísticamente, en la que se superponían los ecos tardíos del
romanticismo, el academicismo de la pintura de historia, la transgresión estética
del realismo y el despuntar del impresionismo, sólo en los postreros meses de
su existencia logró desembarazarse de las restricciones que le imponía el
gusto por el tableautin, el cuadrito de género con tema de casacones
cuyo más perfecto ejemplo es La vicaría, epítome prodigioso del
virtuosismo a que llegó su arte, pero al mismo tiempo de una tal complacencia
en la materia pictórica, una tan refinada sensibilidad para el color y una tan
chispeante ejecución que sólo resulta entendible a partir de la herencia
goyesca. Es difícil saber qué dirección posterior hubiera tomado su pintura,
pero a tenor de sus creaciones en Portici podemos presumirla abiertamente
moderna y orientada hacia la estética impresionista.
Esta
encantadora exposición aborda, además de su faceta como dibujante, un aspecto
fundamental de la producción de Fortuny, muy rara entre los artistas españoles
anteriores a él si exceptuamos a Ribera y a Goya: su condición de consumado
aguafortista. Los 23 grabados que se exhiben (de los 35 que hizo en toda su
vida), pertenecientes a una carpeta editada en Francia por mediación del
marchante Goupil en 1873, ponen de manifiesto su predilección por los temas
orientales, su virtuosismo en los detalles y su maestría en la matizada gradación
de los blancos y negros.

©Enrique
Castaños Alés
Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de julio de 2000
