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Gilbert Keith Chesterton. San Francisco de Asís (1923). Madrid, Homo Legens, 2006. Traducción de María Luisa Balseiro.
*San Francisco (1181 – 1226) nació y murió en Asís, en la región italiana de Umbría. Su padre, mercader, era Pietro Bernardone. Probablemente su nombre de pila fuese Giovanni [Giovanni di Pietro Bernardone dei Moriconi], pero sus amigos y sus padres le llamaban Francesco («el francés»), por el amor que sentía por la poesía provenzal de los trovadores. Fue, hasta las agonías extremas del ascetismo, un trovador. Fue un enamorado. Fue un enamorado de Dios y fue real y verdaderamente un enamorado de los hombres, que posiblemente sea una vocación mística mucho más rara. Pero, así como San Francisco no amó a la humanidad sino a los hombres, así tampoco amó el cristianismo sino a Cristo. *Los hombres no creen porque no quieren ensanchar su pensamiento. *El gran error de la Antigüedad greco-romana es lo que podríamos llamar el error del culto a la naturaleza. El mejor ejemplo de ello es Grecia. Los hombres más sabios del mundo deciden ser naturales; y la cosa menos natural del mundo es lo primero que hacen. El efecto inmediato de saludar al sol y a la soleada salubridad de la naturaleza fue una perversión que se extendió como una pestilencia. La verdad es que la gente que rinde culto a la salud no puede mantenerse sana al respecto. Cuando el hombre camina recto, va torcido. Fue el descubrimiento de algo muy profundo que hay en la naturaleza humana, lo que constituyó la conversión al cristianismo. Hay en el hombre un sesgo, como lo hay en los bolos; y el cristianismo fue el descubrimiento de cómo corregir el sesgo y de ese modo atinar. Muchos se sonreirán al oírlo, pero es profundamente cierto que la buena noticia traída por el Evangelio fue la noticia del pecado original. Si Roma ascendió a expensas de sus maestros griegos, en gran medida fue porque no consintió del todo en aprender esas trampas. Ella poseía una tradición mucho más decente; pero al fin sufría de la misma falacia en su tradición religiosa, que necesariamente, y en no pequeño grado, era la tradición pagana del culto a la naturaleza. El problema de toda la civilización pagana fue no tener nada para la mayoría de los hombres en materia de misticismo. Lo que le había pasado a la imaginación humana, en conjunto, es que el mundo entero se había teñido de pasiones peligrosas y rápidamente putrescentes; de pasiones naturales convertidas en pasiones contra natura. Así, el efecto de tratar la sexualidad como cosa únicamente inocente y natural fue que todas las demás cosas inocentes y naturales se empaparan y mancharan de sexualidad. Porque no se puede conceder a la sexualidad una mera igualdad con emociones o experiencias elementales como el comer y el dormir. En el momento en que deja de ser sierva se convierte en tirana. Por la razón que sea, hay algo de peligroso y desproporcionado en el lugar que ocupa dentro de la naturaleza humana, y es verdad que requiere una purificación y una dedicación especiales. Todo eso que ahora se dice de que la sexualidad sea libre como cualquier otro sentido, de que el cuerpo sea hermoso como un árbol o una flor cualesquiera, son, o descripciones del Jardín del Edén, o muestras de una pésima psicología que ya hace dos mil años que cansó al mundo. No es tanto que el mundo pagano fuera perverso cuanto que era lo bastante bueno para darse cuenta de que su paganismo se iba pervirtiendo. Los paganos eran más inteligentes que el paganismo: por eso se hicieron cristianos. Durante toda la Alta Edad Media se produjo un largo proceso de purificación en el Occidente cristiano. A comienzos de la Plena Edad Media, en la primera mitad del siglo XII, el hombre había arrancado de su alma el último harapo de culto a la naturaleza, y puede volver a la naturaleza. Esta vuelta es la que se consumará en el siglo XIII. *A Francisco le distinguió siempre el espíritu de celeridad. Casi todas sus correrías fueron correrías de misericordia. Una cierta precipitación fue el equilibrio de su alma. Fue con toda rotundidad hombre de acción. Estaba convencido de la igualdad humana (no del igualitarismo). Para él un hombre era un hombre, individual y concreto. Respecto de su participación en la guerra de Asís contra Perugia, no existe, como creen los pacifistas y los necios, la menor incongruencia entre amar a los hombres y luchar contra ellos, si es limpiamente y por una buena causa. Después de pasar una larga convalecencia, motivada por la debilidad que le causó estar prisionero durante un tiempo, tuvo lugar ese decisivo encuentro con un leproso. Francisco vio entonces venir hacia él a su miedo por el camino; el miedo que viene de dentro y no de fuera, aunque se presentara, blanco y horrible, a la luz del sol. Por una vez en las largas prisas de su vida debió quedar su alma en suspenso. Luego saltó del caballo, porque no conocía término medio entre la inmovilidad y la premura, y abalanzándose al leproso le rodeó con sus brazos. Le dio el dinero que pudo y volvió a montar, siguiendo adelante. No sabemos hasta dónde llegaría, ni con qué conciencia de lo que le rodeaba; pero se dice que, al volver la cabeza, no vio a nadie en el camino. *Tenía la costumbre de ir a orar ante el crucifijo de la semiderruida iglesia de San Damián, en Asís. Un día, estando en ello, oyó una voz: «Francisco, ¿no ves que mi casa está en ruinas? Anda a restaurarla por mí». Y se puso inmediatamente a hacerlo. Este hecho está en el origen del desencuentro con su padre, pues vendió a tal fin mercaderías de Pietro Bernardone que no le pertenecían. Su propio padre lo denunció. Estalló un conflicto. Intervino hasta el obispo de Asís. Finalmente, Francisco, delante de todos, desnudóse, quitóse todas las ropas menos una, una camisa de crin, amontonólas en el suelo, junto con el dinero que había obtenido de aquella venta, volvióse hacia el obispo, recibió la bendición de éste, y salió solo hacia el mundo, hacia los campos cubiertos de nieve que rodeaban Asís. No tenía nada. Desde ese momento nunca poseyó ningún bien material. Lo curioso, lo extraño, lo que a su vez tiene un hondo significado es que, a medida que se internaba más en el bosque escarchado, rompió a cantar. Cantaba en la lengua de la Provenza. En su lengua materna acabaría ganando fama como poeta. Fue uno de los primeros poetas nacionales en los dialectos puramente nacionales de Europa. Toda su filosofía giró en torno a la idea de una nueva luz sobrenatural sobre las cosas naturales, que significaba la recuperación final, y no la negación final, de las cosas naturales. [En 1208 procedió a la reconstrucción de la iglesita de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula (= pequeño trozo de tierra). Esta diminuta capilla se llamó desde entonces la Porciúncula, encontrándose en la actualidad en el interior de la iglesia de Santa Maria degli Angeli, en Asís, iniciada por el arquitecto Galeazzo Alessi en 1569. La Porciúncula es una pequeña capilla de altísimo valor espiritual, histórico y artístico. A ella se debe el nombre de la ciudad de Los Ángeles, llamada por los españoles que la fundaron El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula (el río de Porciúncula se llama hoy Los Angeles River). Edificada en el siglo IV por eremitas procedentes de Palestina, tomó posesión de ella San Benito de Nursia en 516. Fue San Francisco de Asís quien la reparó con sus propias manos, después de que el abad de los benedictinos del monte Subasio se la entregase en 1208. El 24 de febrero de 1208 tuvo aquí San Francisco la llamada de Jesús para llevar una vida de absoluta pobreza. Se convirtió en el hogar del Poverello y de sus primeros discípulos. También en ella, el Domingo de Ramos de 1211, recibió San Francisco a Santa Clara, consagrándola al Señor]. Antes de la Porciúncula, también reconstruyó Francisco un templo dedicado a San Pedro (repárese en el simbolismo numérico de los tres templos). En cuanto a la iglesia de San Damián, sería más tarde la sede de su sorprendente experimento de crear una orden femenina, y del romance puro y espiritual de Santa Clara. Y la iglesia de la Porciúncula quedará para siempre como uno de los grandes edificios históricos del mundo, porque fue allí donde reunió a su pequeño grupo de amigos y entusiastas; sería el hogar de muchos hombres sin hogar. Sus dos primeros seguidores fueron el probo y acaudalado Bernardo de Quintavalle († 1241), ciudadano de Asís, y el canónigo Pietro Cattani (ca. 1180 – 1221). [El tercero fue Egidio de Asís (Beato Egidio di Assisi, ca. 1190 – 23 abril 1262)] [Otro temprano seguidor fue Silvestre (Silvestro di Assisi, ca. 1170 – 4 marzo 1240 → http://www.treccani.it/enciclopedia/ricerca/silvestro-di-assisi/)]. *Cuando Francisco y sus compañeros espirituales salieron a hacer su trabajo espiritual en el mundo, él les dio el nombre de Jongleurs de Dieu, Juglares de Dios. San Francisco hablaba el lenguaje auténtico de un trovador al decir que también él tenía una excelsa y muy graciosa dama, y que su nombre era Pobreza. San Francisco realmente hablaba en serio cuando decía haber encontrado el secreto de la vida en ser siervo y personaje secundario. Todo su empeño fue que el secreto de recobrar los placeres naturales consistía en considerarlos a la luz de un placer sobrenatural. Fue en un sentido enteramente gozoso y entusiasta como San Francisco dijo: «Dichoso el que no espera nada, porque gozará de todo». La transición del hombre bueno al santo es una especie de revolución, en virtud de la cual alguien para quien todas las cosas ilustran e iluminan a Dios pasa a ser alguien para quien Dios ilustra e ilumina todas las cosas. El pintor y poeta Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) observa en alguna parte, amargamente, pero con mucha verdad, que para el ateo el peor momento es cuando se siente realmente agradecido y no tiene a nadie a quien dar gracias. La deuda y la dependencia sí son placenteras cuando está presente un amor íntegro. La más alta y más santa de las paradojas es que quien de veras sabe que no puede pagar su deuda la está pagando siempre. Está siempre arrojando cosas al pozo sin fondo de una gratitud insondable. Los que se creen demasiado modernos para entender esto son en realidad demasiado mezquinos para entenderlo; casi todos somos demasiado mezquinos para practicarlo. Nos falta generosidad para ser ascetas; casi se podría decir que nos falta genialidad para ser ascetas. Es absolutamente inútil estudiar una cosa grande como el movimiento franciscano sin desprenderse del talante moderno que rezonga contra el ascetismo triste. Lo que ocurre con San Francisco de Asís es que sabemos que fue asceta y sabemos que no fue triste. *San Francisco no fue un amante de la naturaleza. Amante de la naturaleza en sentido propio es justamente lo que no fue. Esa expresión implica aceptar el universo material como un entorno vago, una especie de panteísmo sentimental. Hablamos de un hombre al que los árboles le impiden ver el bosque. Para él, cada cosa habría sido un personaje en todos los sentidos. Ésta es la cualidad que le hace ser, como poeta, justamente lo contrario de un panteísta. No llamaba madre a la naturaleza; llamaba hermano a un asno concreto o a un gorrión concreto. San Francisco fue un místico, pero creía en el misticismo, no en la mixtificación. Como místico fue mortal enemigo de todos esos místicos que funden las aristas de las cosas y disuelven las entidades en el ambiente. Fue un místico de luz del día y tinieblas, pero no un místico de crepúsculos. Fue lo más opuesto a ese género de visionario oriental que únicamente es místico por ser demasiado escéptico para ser materialista. San Francisco fue rotundamente realista, empleando la palabra realista en su sentido medieval, mucho más real. Claro está que en todo momento hemos de admitir que fue un poeta y sólo como poeta se le puede comprender. Pero tuvo un privilegio poético que a la mayoría de los poetas se les niega. En ese aspecto se le podría calificar del único poeta feliz entre todos los poetas infelices del mundo. Fue un poeta cuya vida entera fue un poema. Era más imaginativo lo que decía que lo que escribía. Era más imaginativo lo que hacía que lo que decía. El renacimiento franciscano, lejos de ser una recuperación del paganismo, fue como un nuevo comienzo y un primer despertar tras el olvido del paganismo. El instinto popular de San Francisco, como su sempiterna dedicación a la idea de fraternidad, será absolutamente incomprendido si se comprende en el sentido de lo que se suele llamar camaradería: la fraternidad de las palmadas en la espalda. Se supone que la igualdad significa ser todos igualmente inciviles, cuando es obvio que debería significar ser todos igualmente civiles. La igualdad que San Francisco preconizaba era una camaradería fundada en la gentileza. Lo que distingue a este muy genuino demócrata del mero demagogo es que ni engañó ni se dejó engañar jamás por la sugestión de la masa. La razón de su extraordinario poder personal estribó en esto: que del papa al mendigo, del sultán de Siria en su pabellón a los bandoleros astrosos del bosque, no hubo nadie que se asomara a aquellos ardientes ojos castaños sin tener la certeza de que Francisco Bernardone realmente sentía interés por él, por su personal vida interior desde la cuna hasta la sepultura; que se le valoraba y se le tomaba en serio, y no se le sumaba simplemente a los resultados de una política social o a la lista de nombres de un documento burocrático. Ahora bien, esta particular idea moral y religiosa no tiene otra expresión exterior que la gentileza. *La cuarta persona en agregarse al eremitorio de la Porciúncula fue un pobre trabajador llamado Gil. No llamó San Francisco monjes a sus seguidores, sino frailes, Frailes Menores (Orden Frailes Menores, OFM). La traducción literal sería la de Hermanitos. El obispo de Asís estaba preocupado ante la dura vida que llevaba el grupo de la Porciúncula, pero Francisco le respondió: «Si tuviéramos posesiones, necesitaríamos armas y leyes para defenderlas». Esa afirmación es la clave de toda su política. Descansaba sobre una lógica impecable, y en esto San Francisco nunca dejó de ser lógico. *Llegado el caso, San Francisco, lo mismo que Santo Domingo de Guzmán, habría defendido la defensa de la unidad cristiana con las armas. Chesterton afirma que haría falta un amplio volumen para desarrollar sólo ese punto desde sus primeros principios. Porque la mentalidad moderna está sencillamente en blanco acerca de la filosofía de la tolerancia, y el agnóstico medio de los últimos tiempos no ha tenido realmente la más mínima noción de lo que quería decir al hablar de libertad religiosa e igualdad. Ha tomado por axioma su propia ética y la ha aplicado, por ejemplo, a propósito de la decencia o del error de la herejía adamita. Después se ha escandalizado enormemente al saber que otros, musulmanes o cristianos, tomaban por axioma su propia ética y la aplicaban, por ejemplo, a propósito de la reverencia o del error de la herejía atea. Y ha acabado aceptando todo ese atasco ilógico y sesgado de lo inconsciente frente a lo desconocido, y lo ha llamado liberalidad de su espíritu. Los medievales pensaban que, si un sistema social se fundamenta en cierta idea, tiene que luchar por esa idea, ya sea tan simple como el islam o tan ponderada como el catolicismo. Los modernos en realidad piensan lo mismo, según se comprueba cuando los comunistas arremeten contra su idea de la propiedad. Lo que realmente ocurrió en el Monte Alverna (Monte Penna de la Verna, en la provincia actual de Arezzo, en el comune de Chiusi della Verna; el monte, que era posesión de un gran propietario de la Toscana, un caballero llamado Orlando de Chiusi, le fue regalado por este señor a San Francisco en 1213), en los Apeninos, es un misterio. Allí, en 1224, recibió San Francisco los estigmas. Sobre este lugar se cierne para siempre una nube oscura con un ribete o halo de gloria. *El elemento sobrenatural no lo separó de lo natural; todo el quid de su posición está en que le unió a lo natural de una manera más perfecta. *Cada herejía ha sido un esfuerzo por estrechar a la Iglesia. Si el movimiento franciscano hubiera desembocado en una nueva religión, a fin de cuentas, habría sido una religión estrecha. En la medida en que aquí y allá desembocó en herejía [los llamados fraticelli], fue una herejía estrecha. Hizo lo que hace siempre la herejía, oponer el talante al pensamiento. Aparte de demasiado humilde para ser heresiarca, San Francisco fue demasiado humano para querer ser extremista, en el sentido de exiliado en los confines de la tierra. Conocía hasta sus profundidades la teoría del agradecimiento, y sus profundidades son un pozo sin fondo. Sabía que la alabanza a Dios se asienta en su base más sólida cuando se asienta sobre la nada. Él fue el alma de la civilización medieval antes de que ésta encontrara cuerpo. Hoy se lo encuentra en mucho de lo que inexactamente se llama socialismo cristiano, y que sería más correcto llamar democracia católica.
Nota: En su libro El espíritu de Dostoyevski (Granada, Nuevo Inicio, 2008, págs. 225-226), establece Nicolay Berdiaev una marcada diferencia entre el personaje del starets Zosima, de la novela Los hermanos Karamazov, y el starets Amvrosy, del monasterio moscovita de Optina Pustyn, un personaje real, no de ficción. En Zosima se plasman los rasgos del nuevo cristianismo en el que cree Dostoyevski. Pero lo que conviene recordar aquí no es tanto el hecho de que el éxtasis de Zosima le era completamente ajeno al starets Amvrosy, cuanto que éste último «no poseía ese impulso hacia una tierra mística, hacia una nueva concepción de la naturaleza. Se podrían buscar en él [en el éxtasis de Zosima] rasgos de similitud con San Francisco de Asís, cuyo genio religioso sobrepasa los límites de los modelos oficiales de la santidad. Pero la tierra de Umbría es muy diferente de la tierra rusa, brotan en ella flores diferentes. La flor de la santidad universal que crece de la tierra de Umbría no conoce igual».
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