Gilbert Keith Chesterton. Santo Tomás de Aquino (1933). Madrid, Homo Legens, 2006. Traducción de María Luisa Balseiro.

 

La mayoría de las fechas y las aclaraciones entre corchetes son de Enrique Castaños, Doctor en Historia del Arte.

 

*Cuando le preguntaron qué era lo que más agradecía a Dios, respondió con sencillez: «Haber entendido todas las páginas que he leído».

*San Francisco se contentó con llamarse Trovador de Dios, pero no se contentó con el Dios de los Trovadores. Santo Tomás no concilió a Cristo con Aristóteles; concilió a Aristóteles con Cristo. Tal vez resultaría demasiado paradójico decir que estos dos santos nos salvaron de la espiritualidad, terrible sino. Tal vez se me entienda mal si digo que San Francisco, a pesar de su amor a los animales, nos salvó de ser budistas; y que Santo Tomás, a pesar de su amor a la filosofía griega, nos salvó de ser platónicos. Pero es mejor decir la verdad en su forma más simple: los dos reafirmaron la Encarnación al volver a traer a Dios a la tierra. San Francisco se hacía más semejante a Cristo, y no simplemente a Buda, cuando consideraba los lirios del campo o las aves del aire; y Santo Tomás se hacía más cristiano, y no simplemente más aristotélico, cuando insistía en que Dios y la imagen de Dios habían entrado en contacto a través de la materia con un mundo material.

Reforzaban esa asombrosa doctrina de la Encarnación, que para los escépticos es la más difícil de creer. No hay hueso más duro de roer en la doctrina cristiana que la divinidad de Cristo.

Ambos hombres se hacían más ortodoxos al hacerse más racionales o naturales.

Fue una idea muy especial de Santo Tomás que el hombre ha de ser estudiado en su entera condición de hombre; que un hombre no es hombre sin su cuerpo, como no es hombre sin su alma. Su argumento en pro de la Revelación no es en absoluto un argumento en contra de la Razón; pero es un argumento a favor de la Revelación. Sus argumentos son racionales y naturales, pero su propia deducción es enteramente a favor de lo sobrenatural. Nadie diría que quisiera separar al hombre de Dios, pero sí quería distinguir al hombre de Dios.

Libre albedrío = responsabilidad moral.

El movimiento tomista en la metafísica, como el movimiento franciscano en la moral y las costumbres, fue un ensanche y una liberación, fue rotundamente un desarrollo de la teología cristiana desde dentro; rotundamente no fue un encogimiento de la teología cristiana bajo influencias paganas, ni humanas siquiera. El franciscano era libre para ser fraile, en vez de verse atado para ser monje. Pero era más cristiano, más católico, incluso más asceta. Así el tomista era libre para ser aristotélico, en vez de verse atado para ser agustiniano. Pero era todavía más teólogo; teólogo más ortodoxo; más dogmático, por haber recuperado a través de Aristóteles el más desafiante de todos los dogmas, la unión de Dios con el hombre, y, por lo tanto, con la materia. No se puede entender la grandeza del siglo XIII si no se comprende que fue un gran desarrollo de cosas nuevas producidas por una cosa viva. En este sentido fue realmente más audaz y más libre que lo que llamamos Renacimiento, que fue una resurrección de cosas viejas descubiertas en una cosa muerta. En ese sentido el medievalismo no fue un renacer sino un nacer.

En una palabra, Santo Tomás hizo a la Cristiandad más cristiana al hacerla más aristotélica. No es una paradoja sino un sencillo truismo [verdad evidente], que sólo pueden dejar de ver los que quizá sepan qué se entiende por aristotélico, pero sencillamente han olvidado que se entiende por cristiano.

*Santo Tomás era hijo del conde Landulfo de Aquino. Nació en 1226 en el castillo de Roca Seca (Roccasecca es hoy un comune italiano de la provincia de Frosinone, en la región del Lacio), a pocas millas del monasterio de Monte Cassino y cerca de Aquino (también Aquino es un comune de la misma provincia y región que Roccasecca). La familia del conde Landulfo de Aquino era partidaria del Emperador. Además de Tomás, el conde Landulfo tuvo otros siete hijos varones. Tomás estaba bien emparentado con los emperadores alemanes, aunque sus lazos familiares lo vinculaban también a Francia, además de Italia y Alemania. Federico Barbarroja fue tío abuelo suyo y Federico II Staufen su primo segundo. En el pleno sentido del término, Tomás fue un europeo, un hombre internacional. Pero su verdadero parentesco, el espiritual, lo mantuvo con el Papa. Un hermano de Tomás llegó a rebelarse contra el emperador y éste lo mandó ajusticiar. Esa rebelión significa que apoyó la causa del Papado. Tomás era un muchacho corpulento, tranquilo y extraordinariamente callado. Se le llegó a conocer como el Buey Mudo, el Buey Mudo de Sicilia. Su padre tenía pensado para él que se convirtiese en abad de Monte Cassino. Pero Tomás, un buen día, presentóse en su casa diciendo que se había hecho fraile de la Orden de Predicadores. El hacerse miembro de una Orden mendicante, fue algo inaceptable para su padre. Lo encerraron en un torreón. Su madre se puso pronto de su lado. Los intentos de llegar a una solución pactada (vestir el hábito dominico, pero ser abad de Monte Cassino) no prosperaron ante la tozudez de Tomás. Él quería ser fraile; no quería ser abad. El general de los dominicos logró sacarlo de la torre y enviarlo a París. Pero el viaje, al poco de iniciado, se truncó. Tomás fue secuestrado por varios de sus hermanos. De nuevo lo encerraron. No pudieron arrancarle el hábito de fraile. Pero sí introdujeron en su celda o mazmorra a una cortesana pintarrajeada. Fue la única vez en su vida que Tomás se enfureció. Tomó una ascua encendida de la chimenea y la pobre mujer salió de allí dando alaridos [repárese en el maravilloso cuadro de Velázquez conservado en Orihuela, Tentación de Santo Tomás de Aquino, pintado entre 1629-1632; es el nº 29 del libro-catálogo de la exposición de Velázquez en el Prado que se realizó en el invierno de 1990].

*Su maestro fue San Alberto Magno (Alberto de Suabia, 1200-1280), eximio dominico alemán, el fundador de la ciencia moderna, conocido como el Doctor Universalis. Una vez, dijo Alberto de Tomás estas palabras: «Le llamáis buey mudo; yo os digo que este buey mudo mugirá tan fuerte que sus mugidos llenarán el mundo». [Henry Adams, en su libro Mont-Saint-Michel y Chartres, nos indica que el Doctor Angélico tomó los votos en 1243, dirigiéndose en seguida a Colonia para ayudar a Alberto]. Cuando [en 1245] San Alberto fue llamado a París para recibir el grado de doctor, llevóse consigo a Tomás. Éste hízose allí amigo de San Buenaventura, de la Orden Franciscana. [Tomás permaneció en París hasta 1248, cuando se le ordenó que volviera a Colonia como asistente, y sólo cuatro años después, con veinticinco años, fue profesor en París]. Tanto uno como otro tienen razón. El místico, San Buenaventura, tiene razón al decir que la relación de Dios y el hombre es esencialmente una historia de amor. El racionalista dominicano, Santo Tomás, también tiene razón al decir que el intelecto se encuentra en su casa en lo más elevado de los cielos, y que el apetito por la verdad puede sobrevivir a todos los apetitos más romos del hombre, y hasta devorarlos. Tanto uno como otro, además, defendieron la libertad de los frailes. En esto se opusieron frontalmente a un furioso reaccionario, Guillermo de Saint-Amour (1202-1272, nacido en la región del Jura), quien escribió un libro famoso, Los peligros de los últimos tiempos.

*Para Santo Tomás, el fin de una cosa no significa su destrucción, sino su cumplimiento. En este sentido, fue él quien dio cumplimiento a la filosofía escolástica. La razón de que la revolución aristotélica (llevada a cabo por el Aquinate) fuera realmente revolucionaria está en el hecho de que fuera realmente religiosa.

Oriente fue la tierra de la Cruz y Occidente la tierra del Crucifijo (esta distinción se la debemos a Christopher Dawson). Los griegos estaban siendo deshumanizados por un símbolo radiante mientras los godos estaban siendo humanizados por un instrumento de tortura.

El aristotelismo de Santo Tomás significaba simplemente que el estudio del hecho más humilde conduce al estudio de la verdad más alta. Cuando pareció alzarse como un aristotélico obstinado, apenas distinguible de los herejes arábigos, yo creo seriamente que lo que le protegió fue en muy gran medida la prodigiosa fuerza de su sencillez y la evidencia de su bondad y su amor a la verdad. Nadie pudo sentir ni por un instante que Tomás de Aquino buscara el lucimiento.

Su defensa de la verdad frente al averroísta Siger de Brabante (ca. 1240 – ca. 1284) nos demuestra algo incontrovertible: es el hecho de que la falsedad nunca es más falsa que cuando le falta poco para ser verdad. La perversión intelectual de Siger de Brabante puede resumirse así: la Iglesia tiene que acertar teológicamente, pero puede errar científicamente. Existen dos verdades: la verdad del mundo sobrenatural y la verdad del mundo natural, que contradice al mundo sobrenatural. Mientras somos naturalistas, podemos suponer que el cristianismo sea un puro sinsentido; pero también, cuando nos acordamos de que somos cristianos, tenemos que admitir que el cristianismo es verdad, aunque sea un sinsentido. En otras palabras, Siger de Brabante partió la cabeza humana en dos y declaró que el hombre tiene dos mentes, con una de las cuales debe creer a pies juntillas y con la otra descreer absolutamente.

Para Santo Tomás, en cambio, por ser la fe la única verdad, nada podía descubrirse en la naturaleza que en última instancia contradijese a la fe. Por ser la fe la única verdad, nada realmente deducido de la fe podría en última instancia contradecir a los hechos. Su confianza era plena en que existe una única verdad que no puede contradecirse.

*Nadie empezará a entender la filosofía tomista, ni de hecho la filosofía católica, sin percatarse de que su parte cardinal y fundamental es absolutamente la alabanza de la vida, del ser, la alabanza de Dios como Creador del mundo. El problema se plantea porque la mentalidad católica se mueve en dos planos: el de la Creación y el de la Caída. Cualquier extremo del ascetismo católico es una precaución, acertada o errada, contra el mal de la Caída; nunca es una duda sobre el bien de la Creación. Y ahí es donde realmente difiere no sólo de la excentricidad un tanto excesiva del señor que se cuelga de garfios, sino de la entera teoría cósmica que es el garfio del que se cuelga.

También tuvo que vérselas Santo Tomás, como antes San Agustín, con los maniqueos, bien que ahora en una nueva versión, la herejía cátara (cátaros = puros) o albigense (de la ciudad de Albi, epicentro del movimiento herético a principios del siglo XIII). Lo que llamamos filosofía maniquea ha atacado, de hecho, lo que es inmortal e inmutable con una clase muy curiosa de mutabilidad inmortal. Nacida de la metafísica y la moral de Asia, el misterio maniqueo siempre es una idea de que la naturaleza es mala, o cuando menos de que el mal tiene sus raíces en la naturaleza. Lo esencial es que, como el mal tiene raíces en la naturaleza, también tiene derechos en la naturaleza. El mal tiene tanto derecho a existir como el bien. Esta idea básica adoptó muchas formas. Unas veces fue un dualismo que ponía al mal en pie de igualdad con el bien, de suerte que a ninguno de los dos se le podía calificar de usurpador. Más a menudo fue una idea general de que los demonios habían hecho el mundo material [como creía la secta de los Bogomilos], y si había espíritus buenos, éstos sólo se interesaban por el mundo espiritual. Más tarde adoptó la forma del calvinismo, según el cual Dios había hecho el mundo, pero en un sentido especial había hecho el mal además del bien: había hecho una voluntad mala además de un mundo malo. Los antiguos maniqueos enseñaban [como los Bogomilos] que Satanás dio origen a toda la obra de creación comúnmente atribuida a Dios. Los nuevos calvinistas enseñaban que Dios da origen a toda la obra de condenación comúnmente atribuida a Satanás.

Frente a la doctrina maniquea, la tesis católica dice que no hay cosas malas, sino sólo un mal uso de las cosas. No hay cosas malas sino sólo malos pensamientos, malas intenciones. Sólo los calvinistas pueden creer que el infierno esté empedrado de buenas intenciones. Pero es posible tener malas intenciones en cosas buenas; y cosas buenas, como el mundo y la carne, han sido retorcidas por una mala intención llamada el demonio. [Sería interesante comparar esta opinión de Chesterton con la doctrina acerca de la intención de Pedro Abelardo en su Ética, donde separa la intención del acto; para que haya pecado, lo que cuenta es la intención con la que se realiza una acción]. La mentira íntima de los maniqueos estaba en identificar pureza y esterilidad. Es singular el contraste con el lenguaje de Santo Tomás, que siempre relaciona la pureza con la fecundidad, tanto si es natural como sobrenatural.

Hay algo que envuelve toda la obra de Santo Tomás de Aquino como una gran luz. Podríamos llamarlo optimismo. Santo Tomás cree en la vida con la más firme y colosal de las convicciones. Si supuestamente el enfermizo intelectual renacentista dice: «Ser o no ser: he ahí la pregunta», indudablemente el obeso doctor medieval replica con voz de trueno: «Ser: he ahí la respuesta». Él fue el único teólogo optimista. El catolicismo es la única teología optimista.

Santo Tomás murió en la abadía de Fossanova, en Italia, cerca de Terracina, el 7 de marzo de 1274, de camino al II Concilio de Lyon.

 

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* Henry Adams, en su libro Mont-Saint-Michel y Chartres, publicado en 1913, resume algunas de las ideas teológicas del Aquinate. Contribución original de este libro es poner en estrecha relación la Summa Theologiae con la arquitectura de la Catedral gótica: la construcción teológica de Santo Tomás sería, en este sentido, una Iglesia Arquitectónica [esta correspondencia entre teología y arquitectura pudo haber influido o inspirado a Erwin Panofsky, quien en 1951 publicó su estudio Arquitectura gótica y pensamiento escolástico, aunque el gran iconólogo alemán no menciona a Adams en ninguna parte de su libro]. Para Adams, el fundamento de la construcción teológica de Tomás era normando, no francés. Dios tiene que ser una cosa concreta, no un pensamiento humano. Dios se tiene que demostrar por los sentidos como cualquier otra cosa concreta, según la ley aristotélica: nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu [nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en el sentido]. La Iglesia requería un Dios que fuera causa del universo. Tomás dijo sinceramente que toda causa verdadera debe demostrarse como una causa. «Veo movimiento—dijo Tomás—, ¡infiero un motor!» Tomás cerró la puerta al materialismo añadiendo: «Veo movimiento; no puedo inferir una serie infinita de motores: sólo puedo inferir en alguna parte al final de las series un motor fijo e inteligente». Dios es un Primer Motor fijo e inteligente—no un concepto[1], o demostrado mediante conceptos—, un hecho concreto, demostrado por los sentidos de la vista y del tacto. Tomás construye sobre este fundamento.

El misterio de la Trinidad fue tratado por Tomás con la mayor simpleza que pudo: «Dios, siendo consciente de sí mismo, se piensa a sí mismo; su pensamiento es Él mismo, su propio reflejo en el Verbo, el llamado Hijo». El paso siguiente lo considera Adams naïf: Dios como una conciencia doble se conoce a sí mismo y se manifiesta a sí mismo en el Espíritu Santo. La tercera cara del triángulo es Amor o Gracia.

En la creación de Tomás no había nada entre Dios y su mundo; las causas secundarias se volvieron ornamentos; sólo dos fuerzas, Dios y el Hombre, estaban en la Iglesia. Comoquiera que entendiera Tomás su teoría, parece que se ha entendido como si mantuviera que cada individuo creado—animal, vegetal o mineral—era un acto especial divino. Todo lo que tiene forma ha sido creado, y todo lo que es creado toma forma directamente de la voluntad de Dios, que es al mismo tiempo su acto…todo se funde en un único acto o voluntad universal; un acto instantáneo, infinito, eterno. El acto divino era la unión de la Mente con la Materia por el mismo acto o voluntad que creaba las dos. Todo individuo que había existido o iba a existir en el futuro era creado por el mismo acto instantáneo, por todo el tiempo. La única causa verdadera es Dios. La Creación es su único acto, que no puede compartir ninguna causa secundaria. Entre Dios y el Hombre no había nada. El individuo era un compuesto de Forma o Alma y Materia; pero ambas eran creadas juntas, por el mismo acto, de la nada. Ha de entenderse claramente que las almas no eran creadas antes que los cuerpos, sino que eran creadas al mismo tiempo que los cuerpos que las animaban. El universo entero es, por decirlo así, una simple emanación de Dios.

Siguiendo a Aristóteles y a Alberto, sus maestros, Tomás afirmó que el Alma se medía por la Materia. El Alma es un fluido absorbido por la materia en proporción al poder absorbente de la materia. El Alma es una energía existente en la materia en proporción a la cantidad dimensional de la materia. El Alma es un vino, mayor o menor en cantidad de acuerdo con el tamaño de la copa. Según la interpretación que hace Charles Jourdain (1817 – 1886) en su estudio La philosophie de Saint Thomas d’Aquin (1858), aunque todas las almas pertenecían a la misma especie, diferían en sus aptitudes para unirse con los cuerpos particulares. «Esta alma es proporcional a este cuerpo, y no a otro».

Santo Tomás insistió en mantener al Hombre completamente aparte, como un complejo de energías en el cual la Materia participaba al igual que la Mente. La Iglesia ha de descansar firmemente en ambas. Los Ángeles diferían de otros seres inferiores a ellos precisamente porque eran inmateriales e impersonales.

Dios es la causa de la energía como el Sol es la causa del color. Actúa directamente, no a través de causas secundarias, sobre todas las cosas y seres. Si, por un instante, la acción divina, que también es su voluntad, se detuviera, el universo no sólo caería hecho pedazos, sino que se desvanecería, y tendría que volverse a crear de la nada. Dios irradia energía como el Sol irradia luz, y «la entera fábrica de la naturaleza regresaría a la nada, si cesara esa irradiación, aunque sólo fuera por un instante». Todas las cosas son creadas por un acto de voluntad universal, eterno e instantáneo, y mediante el mismo acto se mantiene su existencia.

Nunca nadie ha afirmado seriamente—opina Henry Adams—el libre albedrío literal. La libertad absoluta es la ausencia de coacción; la responsabilidad es coacción; por lo tanto, el individuo idealmente libre sólo es responsable de sí mismo. Este principio es el fundamento filosófico del anarquismo. La teoría del libre albedrío absoluto nunca entró en la mente del Aquinate.

Dice Santo Tomás:

Se requiere alguna índole de agente para determinar la elección propia; ese agente es la reflexión. Así pues, el hombre reflexiona con objeto de aprender qué elegir entre los dos actos que se ofrecen. Pero la reflexión es, a su vez, una facultad de hacer cosas opuestas, pues podemos reflexionar o no reflexionar; y no habremos avanzado nada. No se puede retrotraer infinitamente este proceso, porque en ese caso nunca decidiríamos. El punto fijo no está en el hombre, ya que en él únicamente encontramos, como un ser aparte por sí solo, las facultades alternativas; por lo tanto, hemos de recurrir a la intervención de un agente exterior que imprima en nuestra voluntad un movimiento capaz de poner fin a nuestras dudas: ¡este agente externo no es otro que Dios!

La Gracia, en su significado literal y exacto, es «movimiento que el Primer Motor, como una causa sobrenatural, produce en el alma, perfeccionando el libre arbitrio». Para el jesuita francés Théodore de Régnon (1831-1893), la diferencia entre panteísmo y tomismo se refiere a esto: «El panteísmo, partiendo de la noción de una Substancia Infinita que es la plenitud del Ser, concluye que no pueden existir otros seres que el Ser; ni otras Realidades que la Realidad Absoluta. El tomismo, partiendo de la eficacia de la Primera Causa, tiende a reducir más y más la eficacia de las causas secundarias, y a sustituirlas por una pasividad que recibe sin producir, que es determinada sin determinar».

Santo Tomás no permitía a Dios ni siquiera una voluntad indeterminada; era puro Acto, y como tal no podía cambiar. Sólo al Hombre se le permitía, en acto, cambiar de dirección. El Hombre podía demostrar de manera absoluta su libertad rechazando moverse; si no le gustaba su vida, podía detenerla, y ocasionalmente lo hacía, o aceptaba que se hiciera por él; mientras Dios no podía cometer suicidio ni siquiera cesar, por un único instante, su continua acción. Tomás no permitía a la Deidad el derecho a contradecirse a sí misma, que es uno de los principales placeres del Hombre. Mientras el Hombre disfrutaba lo que, en virtud de sus propósitos, era una libertad ilimitada a ser malo, Dios era Bondad y no podía ser otra cosa. Mientras el Hombre se movía por su prisión relativamente espaciosa con cierto grado de comodidad, Dios, al estar en todas partes, no se podía mover. Hablando rigurosamente, Dios no podía pensar; Él es. La aguja justifica la iglesia. En la Iglesia de Tomás, el libre albedrío humano era la aspiración a Dios, y lo trataba como los arquitectos de Chartres y Laon habían tratado sus famosas flèches.

 


 

[1] Precisamente Descartes y los cartesianos desecharán el argumento de Tomás sobre la existencia de Dios, aferrándose a otro, cuando afirman que «el mero hecho de tener en nuestro interior la idea de una cosa más perfecta que nosotros mismos, demuestra la existencia real de esa cosa». Descartes volvería así a uno de los argumentos de San Anselmo de Canterbury.