La pintura
autobiográfica de Cristina Cañamero

Pintura.
Cristina Cañamero.

Galería
Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el
25 de marzo de 2005.

Apoyándose
en un sólido dibujo, Cristina Cañamero (Campillos, Málaga, 1970) propone en esta
exposición de obra reciente una incursión irónica y desenfadada sobre sus
propios recuerdos, que le sirven de pretexto para construir una imagen ácida de
la infancia. En la tradición occidental la infancia ha sido símbolo proverbial
de inocencia y de pureza, esto es, un estado edénico anterior a la falta del
pecado original del que habla el Génesis. En el taoísmo, por su parte, la
infancia es símbolo de simplicidad natural, de espontaneidad, de frescura y de
ausencia de reserva mental o de doblez. Al margen de estas propuestas
universales, Cristina Cañamero nos ofrece unas imágenes de niños, más que
traviesos, un tanto malvados, o al menos con detalles que los relacionan con la
maldad y la intención aviesa de los adultos. Niñas riendo de modo en apariencia
completamente angelical, pero con los párpados pintados con unas enormes y
gruesas pestañas que semejan puntos de sutura de una herida, lo que les
proporciona un aspecto ambiguo, a medio camino entre el bien y el mal; niños que
besan un juguete de plástico de uno de cuyos ojos surge casi imperceptible un
gusano, símbolo perenne de la caducidad; o bien deliciosos niños rubios con ojos
azules con una suerte de chupete con forma de mariposa en la boca, insecto,
curiosamente, que simboliza en algunas tradiciones la fuga del alma o del
aliento vital cuando se sitúa delante de la boca; o bien niños de mirada
socarrona y nada infantil con un ojo amoratado por un violento golpe.
El contraste está,
sobre todo, en el suave tratamiento de la piel y la blandura rolliza de la carne
sonrosada de esos cuerpecitos desnudos frente a esos detalles que los empañan y
que «estropean» la visión convencional de la figura. Entusiasta desde sus
inicios de la estética pop, Cristina Cañamero sustenta estas obras en un dibujo
de líneas firmes y precisas, dejando en ocasiones el modelado y el suave
contraste entre luces y sombras para la cabeza y las manos, mientras que el
resto del cuerpo sólo se insinúa o se esboza confundiéndolo con el fondo blanco
de la tela. Asimismo, la presencia de las figuras infantiles también se ve
realzada por la posición frontal y la composición piramidal o diagonal, lo que
revela una no disimulada admiración por la pintura de la época clásica.

©
Enrique
Castaños Alés
Publicado
originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de marzo de 2005
