|
Una forma de vida Para el estadounidense Harry Callahan la fotografía es una manera de vivir y de comprender la realidad Fotografía. Harry Callahan. Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 28 de enero de 2001. La primera relación de Harry Callahan
(Detroit, Michigan, 1912 – Atlanta, Georgia, 1999) con la fotografía, hacia
finales de los años treinta y a través del Detroit Photo Guild, fue en cierto
modo casual y ajena, debido a su escaso bagaje intelectual de entonces y al
desconocimiento casi completo del medio, a cualquier idea preconcebida tanto
desde el punto de vista técnico como estético, aunque el rápido despertar de
una pasión que no A lo
largo de su dilatada carrera, Harry Callahan trabó amistad y conoció la obra
de destacados artistas, como por ejemplo Stieglitz, Aaron Siskind, Moholy-Nagy,
Mies van der Rohe y Stuart Davis, y si bien hay que reconocer que en algunos
casos y en determinadas circunstancias influyeron en su trabajo, del mismo modo
que su amplia actividad como profesor de fotografía en el Institut of Design de
Chicago, primero, y en la Rhode Island School of Design, más tarde, supuso para
él una enriquecedora experiencia y un aprendizaje permanente, permitiéndole
entrar en contacto con la vanguardia artística de su país y también de
Europa, ninguna experiencia resulta comparable al efecto catártico y liberador
de aquel primer y decisivo encuentro con la obra de Ansel Adams, en el fondo un
descubrimiento deslumbrante de la naturaleza y una advertencia en el sentido de
que hiciese lo que hiciese debía efectuarlo sin traicionarse nunca a sí mismo,
razón principal por la que sus fotografías ofrecen esa rara coherencia e
incluso esa dimensión ética que las convierte en realizaciones clásicas del
espíritu. Su repertorio temático, bien se trate de paisajes naturales,
paisajes urbanos y retratos, incluso los que están hechos con una técnica más
experimental, caso de las exposiciones dobles y múltiples, de las fotografías
con extremos contrastes, desenfocadas o realizadas con la cámara en movimiento,
transmiten siempre un ferviente amor por la vida y un profundo respeto por el
objeto fotografiado, inigualables cuando su atención se centra en el cuerpo y
en el rostro de su esposa Eleanor, imágenes de extraordinaria belleza, unas
veces perturbadoras y casi oníricas, con indudables resonancias simbólicas o
conscientemente inspiradas en los grandes maestros de la pintura, otras veces de
una sencillez y armonía compositiva, de una elegancia formal y tan serenos
rasgos faciales que se erigen en arquetipos estéticos y morales de la mujer.
Tampoco se le escapó a Callahan capturar el pálpito vital y el ajetreo de la
gran ciudad, con ese desfile de autómatas, de rostros anónimos, ensimismados,
fiel siempre a aquella máxima estética de que menos es más, de que la belleza
se alcanza a través de la sustracción. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 20 de enero de 2001
|