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Sangre en la barrera Las Tauromaquias de José Caballero
Pintura, dibujo y grabado. José Caballero. Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 10 de agosto de 2004. Con insuperable gracia
andaluza el propio José Caballero (Huelva, 1916 – Madrid, 1991) contó en una
conferencia impartida en el verano de 1981, «Recuerdos surrealistas con un
perro andaluz», los avatares e imprevistos del que quizás fuese su primer
encuentro artístico con el mundo de la tauromaquia: los tres dibujos que en
1935 le pidió Federico García Lorca para la primera edición dirigida por José
Bergamín en Cruz y Raya del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
Por entonces el jovencísimo pintor onubense llevaba ya casi cuatro años en
Madrid, adonde había llegado, por expresa voluntad de su familia y con el
respetable propósito de cortar de raíz una muy temprana vocación artística,
para iniciar los estudios de ingeniería, estancia que, sin embargo, le va a
poner muy pronto en contacto con algunos de los más destacados protagonistas
del llamado «Arte nuevo» y de la vanguardia literaria en la España de la
Segunda República, especialmente García Lorca, Neruda, Bergamín, el musicólogo
Adolfo Salazar y el poeta Adriano del Valle, que se contaron entre sus más íntimas
amistades de esa época. Si nos atenemos a sus
propios recuerdos y vivencias infantiles, tampoco debe extrañarnos la temprana
filiación surrealista de José Caballero, cuando todavía la comunicación con
el surrealismo internacional era muy parca y el surrealismo español, en
palabras del pintor, estaba «todavía bastante encerrado dentro de nuestras
fronteras, tenía una expresión y un lenguaje propios y se nutría de sí mismo».
Como quiera que fuese, la etapa surrealista de Caballero es de las más
originales y genuinas del surrealismo español, sobre todo en lo que se refiere
a sus dibujos con tinta china, abigarrados y llenos de objetos, elementos,
figuras y situaciones absurdas y desconcertantes, en el más puro espíritu
surrealista, ese mismo que ya palpita en Lautréamont cuando se refería a la
belleza adolescente «como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección de
una máquina de coser y de un paraguas». En esta exposición,
dedicada monográficamente al tema de la tauromaquia en José Caballero, con
obras que se extienden desde 1935 hasta 1989 y en las que las técnicas más
empleadas son el óleo, el gouache, el dibujo con tinta china y la aguatinta,
hay precisamente tres espléndidos dibujos con tinta china de ese precoz año de
1935, tres dibujos de toreros realizados con una caligrafía surreal, plenamente
identificable en su influencia lorquiana en las gotas de sangre que le corren
por la espinilla al Torero herido, y con una composición de evidentes
resonancias picassianas en Torero durmiendo, cuya generosa figura ocupa
el centro del ruedo evocando algunos aguafuertes de la Suite Vollard. Ésa época de
transgresión y de rebeldía juvenil, de ruptura con las formas artísticas
tradicionales y de vehemente deseo de apropiación de todo lo nuevo, en palabras
de Neruda «una época llena de alegría, de creación y de desenfado, ¡bah!,
donde éramos todos más o menos locos», terminó con la guerra civil, «que
nos hizo ponernos muy serios», y que también supuso un punto de inflexión
decisivo en la trayectoria de Caballero, el cual iría progresivamente
abandonando el lenguaje surreal de los años treinta, aunque en la guerra y en
la inmediata posguerra todavía practica un surrealismo «simbólico» y «angélico»,
esto es, más o menos camuflado, lo que no impidió que fuese fácilmente
detectado y calificado de subversivo por Ernesto Giménez Caballero. Aunque
todavía en 1948-50 pinta algunos óleos surrealistas que pueden contarse entre
los mejores de su carrera, José Caballero inicia por esos años una progresiva
aproximación al informalismo, tendencia subjetivista en la que se sumerge de
lleno en el decenio de los sesenta. De los tres grandes
apartados —a excepción de la
escasa representación de la etapa surrealista—
en que puede dividirse la muestra, correspondientes a trabajos hechos en
los cincuenta, sesenta y ochenta, lo más interesante del primer grupo son los
dibujos preparatorios del mural para el trasatlántico Cabo San Vicente,
unos dibujos que, por un lado, sorprenden por su capacidad de síntesis, de
concisión en la construcción de la forma, sólida, maciza y solitaria sobre el
fondo vacío del papel, y, por otro lado, por el uso dramático de las líneas y
manchas de tinta, cuya gestualidad enfatiza el ritual de sangre de la corrida.
Esta misma gestualidad expresionista es la que hallamos en otra de las series más
notables, las aguatintas de 1964 para la edición italiana de Llanto por
Ignacio Sánchez Mejías, donde está clara la asimilación de las novedades
introducidas por El Paso y especialmente la influencia de Saura, sobre todo en
determinados garabatos y signos caligráficos irreconocibles dibujados en el
traje del torero, La obra sobre papel que se exhibe de los años ochenta, nos ofrece un José Caballero que domina plenamente los recursos compositivos, que lo mismo tiende hacia la austeridad cromática que hacia un alegre y desenfadado colorido, que a pesar de su edad no renuncia a seguir experimentando y que continúa haciendo de la mancha y del gesto y del equilibrio entre las zonas llenas y vacías unas de sus más firmes señas de identidad. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 2 de julio de 2004
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