El cuerpo humano como compendio del mundo

 

En el V centenario del David de Miguel Ángel

 

 

© Enrique Castaños

 

 

 

Las razones que convierten el David de Miguel Ángel, realizado entre 1501 y 1504, en la figura escultórica probablemente más representativa del Renacimiento italiano y en una de las obras esenciales de la tradición clásica y de toda la historia de la escultura occidental, tienen sobre todo que ver con la técnica portentosa con la que está ejecutado, con el ideal de belleza que encarna y con los nobles sentimientos cívicos y profundo simbolismo que encierra.

Realizado a partir de un enorme bloque de mármol de unos 3,5 metros de largo usado originalmente por Agostino di Duccio y que fue abandonado durante casi cuarenta años, Miguel Ángel, nacido en 1475, aceptó el reto propuesto por las autoridades de la catedral de Florencia y resolvió de un modo deslumbrante los condicionantes de la forma de la piedra, especialmente su poca anchura, circunstancia que puede apreciarse observando la pieza de perfil y que explica en gran parte el que el movimiento de la figura no se expanda en el espacio circundante, sino que se encierre en las actitudes contrapuestas de los miembros, así como la extraordinaria tensión y energía contenida que transmite la figura. En efecto, precisamente porque el peso recae sobre la pierna derecha, describiendo desde la cabeza un poderoso eje vertical que arrastra en su caída también el brazo derecho, mientras que la pierna izquierda se dispone de manera oblicua, advertimos esas continuas sacudidas de movimiento de las que habla Argan: brusca flexión del pulso, giro súbito de la cabeza, el brazo doblado hacia el hombro.

A un cuestionario que Benedetto Varchi le envió en 1547, Miguel Ángel contestó brevemente diciendo que él entendía por escultura «aquello que se hace a fuerza de quitar [per forza di levare], pues lo que se hace a fuerza de añadir [per via di porre  —es decir, de modelar] se asemeja más bien a la pintura». A diferencia del escultor griego arcaico, que trabajaba simultáneamente las cuatro caras, Buonarroti no daba vueltas alrededor de la figura, sino que atacaba el bloque por sólo uno de sus lados, el que consideraba cara anterior del bloque, quitando a la figura, por así decirlo, su piel de piedra y liberándola de la prisión en que se hallaba. La obra acabada poseerá, pues, una sola vista principal. En el David apenas hay labor de trépano, tan sólo en el cabello y los ojos. El instrumento cardinal es el cincel dentado, que le permite, como ha dicho Wittkower, interpretar la forma mediante un remodelado continuo a base de líneas clarificadoras, método, a pesar de su temperamento impetuoso, que apela a la lógica de la razón y que es eminentemente toscano.

El David investiga sobre un objeto privilegiado, el cuerpo humano, compendio del mundo, y, para un neoplatónico como Miguel Ángel, reflejo del orden sobrenatural, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

A pesar de que durante casi toda su vida Miguel Ángel estuvo vinculado a la familia de los Médicis, el David fue hecho durante un breve periodo en que la ciudad, expulsados los tiranos, recuperó la libertad. Encarnación de la fortezza y la ira, esto es, las virtudes cívicas que dotaban de fuerza moral a los ciudadanos preocupados por el buen gobierno de la república, el David es el máximo símbolo de la noble victoria de la libertad sobre la tiranía.

 

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de septiembre de 2004