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Epitafios del alma Texto poético y discurso plástico se interpenetran en los cuadros del pintor jerezano José María Báez. Pintura. José María Báez. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 15 de octubre de 2000.
Desde hace más de diez años la pintura de José María Báez (Jerez de la Frontera, 1949) viene proponiendo un sutil y exquisito diálogo entre texto poético y discurso plástico, entre la palabra poética capturada de modo aforístico y la pura representación abstracta. En sus cuadros, invariablemente, bien sean de formato rectangular muy alargado o de dimensiones próximas al cuadrado, la palabra escrita se superpone, a la manera de un palimpsesto, sobre campos de color plano dispuestos geométricamente con un rigor casi constructivista. Las frases que escribe suelen ser fragmentos de poemas de poetas amigos suyos o de otros universalmente consagrados que son parte de su educación literaria y sentimental, asimilados por él mediante un proceso de interiorización presidido por la afinidad espiritual: Enrique Andrés Ruiz, Fernando Merlo, Antonio Gamoneda, José Antonio Muñoz Rojas, Octavio Paz, Stéphane Mallarmé, Paul Celan. Aforismos y pensamientos poéticos deliberadamente fragmentarios que, con una intención alegórica en algunos casos, en otros invitan a la reflexión sobre el sentido o ausencia de sentido del mundo, tratan de ordenar el caos informe del fluir de la vida y, sobre todo, constituyen la vertiente conceptual del trabajo artístico del autor. Las palabras, desprovistas de acentos y escritas con un tipo de letra similar al de las antiguas inscripciones romanas, parecen palabras esculpidas, congeladas en el plano del fondo de la pintura, rebasando y desbordando sus límites, y ante su presencia no puede uno por menos de recordar la inquietante y misteriosa inscripción del cuadro de Poussin conservado en el Louvre, Et in Arcadia ego, cuyo significado último remite a la ineluctable existencia de la muerte también en el Edén. Pero más
allá de este conceptualismo frío, más allá del discurso verbal que emparenta
estos cuadros sin duda con el texto literario, la obra de José María Báez es
pura pintura, no sólo porque hace un alarde prodigioso de las habilidades
manuales del oficio, aplicando amorosamente los pigmentos, trabajando diferentes
texturas y realizando veladuras que suavizan los tonos o permiten una mayor fusión
entre ellos, sino porque los verdaderos protagonistas de sus cuidadas
composiciones son esos campos de color plano, rojos, verdes, violetas, naranjas,
azules, ocres, negros, que se disponen como fondo, demostraciones
incontrovertibles de una sólida herencia geométrica, de un lenguaje
constructivista y de rigurosa estructura propios de un pintor atento a las
sucesivas transformaciones operadas en su medio durante toda la centuria. Establécese
así una fecunda dialéctica entre teoría y práctica, entre razón y
sentimiento, entre el concepto y la visualidad pura. Estos cuadros, en los que
los bordes del lienzo están recortados de manera irregular, en contraste con la
exactitud matemática de los rectángulos de color, en los que los tonos
recorren la gama completa que va de lo cálido a lo frío, pasando por los
colores intermedios, en los que el signo se convierte en representación
desnuda, vienen a ser epitafios del alma impregnados de recuerdos, de emociones,
de sentimientos que, no obstante su semántica misteriosa, ambigua o metafórica,
tienen la voluntad de descifrar los códigos ocultos de la realidad, haciendo
visible lo invisible. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 7 de octubre de 2000
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