Una pasión inmoderada

El apasionado vitalismo de Arroyo a través de una veintena de piezas desde 1973

Pintura y escultura. Eduardo Arroyo.

Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 13 de mayo de 2000.

El carácter singular de la contribución de Eduardo Arroyo (Madrid, 1937) al arte español y europeo de la segunda mitad de un siglo del que llevamos más de un decenio anunciando su interminable acabamiento, deriva de un conjunto de rasgos estéticos, actitudes vitales y circunstancias históricas que, si bien es cierto puede parecer heterogéneo e incluso contradictorio, ha terminado por conformar una personalidad artística insobornable que se reconoce por encima de cualquier otra cosa en su actividad como pintor, verdadero punto de encuentro donde siempre confluyen las múltiples preocupaciones que han jalonado y continúan enriqueciendo una vida tan plena de experiencias. Voluntario exiliado político durante quince años y opositor incómodo, por su renuencia a todo tipo de disciplina organizativa, al régimen de la dictadura, memorialista y escritor brillante y desmelenado, francotirador ilustrado y provocador a la contra, escenógrafo, escultor, cartelista y experto en la historia del boxeo, Arroyo entiende la pintura como un arduo pugilato entre el creador y el cuadro, un combate interminable donde siempre se está pintando una única obra y donde el artista debe contar desde el principio con una anticipada derrota. La vida y los desarreglos del propio cuerpo le han enseñado que aquélla es más importante que la pintura, pero también que resultaría imposible vivirla sin ésta, al menos para él, pintor compulsivo y visceral y, sin embargo, ausente de placer y satisfacción mientras realiza esa decisión irrevocable de la que no puede prescindir porque no encuentra otra manera de sentirse vivo y de estar en el mundo.

La pequeña pero encantadora muestra que ahora le dedica la galería Marín Galy, su primera exposición individual en Málaga, reúne dibujos, pinturas y esculturas realizados a partir de 1973, latiendo en todos ellos ese estilo desenfadado y esa inmoderada pasión de quien a sí Eduardo Arroyo. Escultura. Bronce. mismo se ha visto siempre como un outsider, un intruso, un forastero en su propio país y en el territorio libérrimo de la pintura, por mucho que los conspicuos e inefables miembros de la institución arte quieran domeñarla y someterla al dicterio de las modas, de las reglas del mercado y de las veleidades políticas. El autor de obras tan memorables como el cuadro que representa la llegada de Companys a Barcelona, o el de series como la dedicada a Ángel Ganivet, en las que aflora una honda amargura por la reciente historia española, por nuestra intolerancia e incapacidad para incorporarnos a esa modernidad europea y cosmopolita que Arroyo conoce como nadie de primera mano, es también el autor socarrón y lleno de humor irónico que acomete la serie protagonizada por Blanco White, o el artista cáustico, mordaz e incisivo, por circunscribirnos a las piezas ofrecidas en esta ocasión, que arremete contra los estereotipos de una España castiza, siempre con una pintura de ejecución limpia y con una inmensa sabiduría técnica, rebosante de guiños cómplices al espectador, conocedora de toda la historia de la vanguardia, incluidas por supuesto las tendencias abstractas y geométricas, admiradas y estudiadas sin descanso por quien es uno de los más grandes y precoces representantes de la nueva figuración europea.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de abril de 2000