La constancia de la pintura

Pintura. Gabriel Alberca.

Museo Municipal. Málaga. Paseo de Reding, 1. Hasta el 16 de abril de 2006.

Perteneciente a la llamada «generación del 50» de la pintura en Málaga durante el siglo pasado, Gabriel Alberca (Argel, 1934) es sin duda uno de sus protagonistas más precoces y adelantados. Aunque en esta antología no pueden verse obras de su adolescencia y primerísima juventud, los dibujos y carboncillos de 1955-56, ponen de relieve su destreza en la captación esencial de la forma y en la aplicación de las sombras, especialmente en los retratos, de una penetrante intensidad psicológica que se armoniza con una poderosa capacidad de síntesis en el grafismo y el movimiento de la mano sobre el papel. El modelado de la cabeza de su padre podría ser, a este respecto, un magnífico ejemplo. El retrato de su madre, un óleo de 1963, es otra muestra representativa de la estoica sencillez con la que plasma la figura, una sólida presencia, muy sobria de color, en la que los puntos focales, como en el retrato clásico, son el rostro y las manos, separados por una inmensa masa vacía de negro, correspondiente al tronco y al vestido. Esa predisposición natural de Alberca para el retrato la confirma un incisivo retrato del pintor Francisco Peinado realizado en 2001, un óleo sobre tabla donde la posición de tres cuartos de la cabeza del personaje encierra una mirada que concentra acertadamente toda su personalidad, del mismo modo que es de una juvenil frescura haber dejado como fondo del cuadro el color de la propia madera, sobre el que resalta el oscuro de la cabeza, tan contundente y viva.

Alberca acomete prácticamente, a lo largo de su dilatada carrera, todos los temas, desde el retrato y el paisaje, hasta el bodegón y las escenas de interiores. Uno de los mejores cuadros de la exposición es precisamente una naturaleza muerta de 1960, un espléndido óleo que nos trae remembranzas del periodo prefauve de Matisse y del contenido cromatismo de Bonnard, pero recogiendo al mismo tiempo algunos aspectos de la magistral lección de Cézanne. Ésta podría haber sido una línea sin duda muy fecunda en la pintura de Alberca, pero por desgracia es pronto abandonada por nuestro artista.

Los años comprendidos entre 1966 y 1969 asisten a la realización de la obra quizás más personal y original del pintor, una obra cercana a la poética surrealista, pero en la que también se advierten ecos, por ejemplo en La ventana y en Actitud de observación, de la distribución formal del cuadro adoptada por esa misma época por Juan Genovés, como en su célebre Cuatro fases en torno a una prohibición, de 1966, donde, para que visualicemos la dispersión de una manifestación por una carga policial, juega con los espacios vacíos y con los llenos. Lo mismo Alberca, dividiendo la tabla en cuatro zonas, en realidad una ventana, y dejando una zona sin figura alguna. La producción de estos años, con innegables referencias a Magritte o a Delvaux, aunque con un simbolismo más depurado que en el caso de los dos pintores belgas, es al tiempo onírica y literaria, en el buen sentido de la palabra, esto es, atendiendo a la carga imaginativa del discurso poético.

Esas son las principales contribuciones de un pintor muy dotado para el dibujo y la representación de la realidad, que todavía hoy sigue combatiendo con una de las más nobles y completas actividades humanas, el arte de la pintura.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 3 de marzo de 2006