El regreso de Francisco Santana

Una arriesgada propuesta en la que sobresale un calculado metalenguaje y una radical confrontación de materiales

Escultura y pintura. Francisco Santana.

Sociedad Económica de Amigos del País. Málaga. Plaza de la Constitución, 7. Hasta el 12 de marzo de 1998.

Si se repara en la de ningún modo desdeñable circunstancia de que su postrera individual en Málaga tuvo lugar en 1979, hace casi veinte años, bien podría calificarse esta sorprendente y comprometida exposición como la recuperación y el regreso, espero que definitivos, de Francisco Santana (Archidona, Málaga, 1953) a la actividad plástica, justo es subrayarlo, tan oportunamente invitado ahora a mostrar sus más recientes trabajos por esa cualificada y perspicaz profesional, atenta siempre a las manifestaciones artísticas más rigurosas y actuales, que es Mariluz Reguero, directora de las salas de la Sociedad Económica.

Miembro fundador, en la mencionada fecha, del taller de grabado 7/10, Santana concentró durante la segunda mitad de los ochenta y primera de los noventa una buena parte de su energía creadora en el diseño gráfico, pero en todo ese arco temporal continuó desarrollando de manera apartada y silenciosa su obra, en un constante y disciplinado ejercicio de investigación y experimentación con formas bizarras y nuevos materiales, en permanente diálogo (apoyado no sólo en escogidas y provechosas lecturas teóricas, sino, de modo primordial, en frecuentes viajes que le han proporcionado un conocimiento directo de las piezas producidas fuera) con las últimas tendencias del arte contemporáneo. El resultado de todo este secreto itinerario espiritual es la arriesgada propuesta elaborada en el último bienio, cuyas características esenciales son el enfrentamiento de materiales de muy diversa procedencia (industrial, artesanal y natural: silicona, terciopelo sintético, poliuretano, plástico, madera, corcho, semillas), la radical contraposición de soluciones sintácticas en una misma obra, la construcción de una peculiar iconografía de inspiración vegetal a la que él llama «herbolario personal», de fuertes connotaciones simbólicas, la intrépida simbiosis entre pintura, escultura y diseño, los forzados guiños dirigidos a ciertos autores (Duchamp, Ernst, Klein) y, otorgando sentido a todo el conjunto, una reflexión metafórica, en cierta medida distanciadamente irónica, acerca del destino del arte y de la relación de éste con la naturaleza.

El acertado título de la muestra, Origen y complejidad, hace referencia, de un lado, a algunas de las incontrovertibles fuentes del arte, principalmente el mundo de la naturaleza, que Santana rescata y somete a una original relectura y reinterpretación, y, de otro, a la problemática misma de la estética moderna, sacudida por la rabiosa voluntad transgresora y de experimentación y el enorme caudal icónico aportado por la vanguardia histórica, un período decisivo al que el artista de hoy no puede sustraerse. Pero quizá sean aquellas composiciones en que las semillas, fuente de vida, están selladas por la silicona, polímero frío e inerte que bien podría tomarse por trasunto de la muerte, como en la turbadora Semilla sin nombre (1997), las que mejor descifren las claves del discurso de Santana: el arte, al igual que la vida, puede renacer y reinventarse incluso en las condiciones más adversas.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 7 de marzo de 1998