Expresionismo sombrío

Pintura. Juan Martínez.

Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 3 de julio de 2004.

Afincado en Suiza desde los años sesenta, pero sin renunciar a mostrar regularmente su obra en España, Juan Martínez (Navas de San Juan, Jaén, 1942) es una especie de exiliado voluntario, en cierto modo también un transterrado que únicamente reconoce su propio cuerpo como su verdadero territorio, dando pruebas con ello de su insobornable libertad e independencia. Preocupado desde siempre por la condición humana, los inquietantes rostros que aparecen en sus lienzos, distribuidos azarosamente como si fueran patrones recortados e injertados sobre un fondo de color, no pretenden reflejar su sufrimiento personal ni sus conflictos interiores, sino la ausencia, la falta de presencia ética y moral de las personas, aunque lo estén físicamente. Este fondo existencial que hay en su obra emana de su capacidad de observación, de la desolación que de manera inevitable detecta en el mundo que le ha tocado vivir, lo que viene a explicar su reciente reflexión sobre la vanidad y el vacío.

Con un lenguaje que supone una asimilación muy original del legado del arte del siglo veinte, lo primero que llama la atención es el contraste entre las formas esquemáticas y geométricas que pueblan por doquier sus composiciones, y esa otra figuración mucho más construida de los rostros que pinta, elaborados con una pasta pictórica densa, unitaria, que ofrece lejanas evocaciones del último Malévich, el que se adentró por los enigmáticos vericuetos de un intenso misticismo. Pero también hay en Juan Martínez huellas de su admiración por la síntesis suprematista, sobre todo cuando pinta rectángulos de color plano, contraponiendo el negro y el rojo. Él mismo ha dicho en más de una ocasión que los colores básicos de su pintura son el negro y el blanco, que la realidad transcurre con ellos dos, que le da miedo quedar atrapado por los demás colores, especialmente por el verde. Pero lo cierto es que una de las obras más logradas de la muestra, que reúne unos treinta acrílicos realizados en los últimos cuatro años, es precisamente Hombre en verde, un espléndido cuadro que resume muy bien la soledad y el desvalimiento del individuo: una cabeza que es un perfecto óvalo, con los ojos cerrados, imagen de la muerte, depositada sobre un yermo paisaje verde sobre el que se cierne un altísimo cielo asimismo en un tono verde profundo, que simboliza de algún modo el vacío, la angustia, la completa carencia de asideros a la que tiene que hacer frente el hombre-masa de hoy en día.

Porque, como escribía Francisco Chaves en un poético texto a propósito de una exposición pretérita de Juan Martínez, en las figuras de este autor «se expone la ausencia, haber sido... un rostro; se expone el anonimato, se expone el rostro de la masa, pero se expone angustiosamente ignorante», con una ignorancia «grave» más que «seria», como se desprende de una de las frases más reveladoras del pintor jiennense: «Nada de lo que he dicho es serio; pero tal vez sea grave». Es una gravedad que entronca con la tradición de la pintura española, aunque en las piezas exhibidas ahora se adviertan principalmente ecos de la serie de cabezas en homenaje a Julio González que hiciera Canogar a principios de los noventa, así como rastros de las vanitas del austero Luis Fernández, también un pintor que sentía predilección por los grises. En cualquier caso, esta enjundiosa muestra viene a corroborar que estamos ante un notable pintor, en la plenitud de sus facultades, y al que sólo le interesa el destino y la verdad que se esconde detrás de todo semblante anónimo.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de junio de 2004