Jesús Marín Clavijo

ENRIQUE  CASTAÑOS  ALÉS

La irrupción de Jesús Marín (Jerez de la Frontera, 1964) y de otros compañeros de generación en el panorama artístico malagueño de principios del decenio de los noventa del pasado siglo, supuso cuando menos la entrada de dos nuevos componentes en la actividad plástica y un importante giro en otro tercero que sí estaba presente con anterioridad. Este último se refiere a la reflexión en torno a problemas específicos de las sociedades Jesús Marín. Fotografía correspondiente a la instalación " El Ojo de Dios", 2001.postindustriales del capitalismo tardío, a pesar de los innegables desfases entre unas regiones y otras de los países desarrollados, cuestiones relativas principalmente a la alienación espiritual producida por el consumo, a la definición del territorio del cuerpo y a la omnipresencia disimulada del poder. En cuanto a los conceptos y métodos nuevos respecto a la generación de los ochenta, los más evidentes han sido el carácter multidisciplinar de algunos de estos artistas, en especial su interés por la influencia de la investigación y del desarrollo científicos en nuestras sociedades, y el recurso a la instalación como medio más adecuado a ese simultáneo tratamiento de diversos aspectos de la realidad que ha caracterizado los nuevos comportamientos estéticos.

En el caso concreto de Jesús Marín, los rasgos señalados han estado presentes en su obra desde sus primeras exposiciones individuales. Así, por ejemplo, en Sour Mash, de 1989, en la que, junto a la reflexión sobre la propia identidad y la relación del yo con la naturaleza y el universo, también surge por primera vez y en realidad como tema principal el concepto de viaje como tránsito en el tiempo. De las dos preocupaciones esenciales en que puede sintetizarse el trabajo hasta ahora de Jesús Marín, la antropológica y la delimitación geométrica del espacio entendido como territorio que ocupa el hombre con su cuerpo y con el que inevitablemente tiene que relacionarse, la primera vuelve a estar presente en Los paraísos artificiales, de 1990, del mismo modo que continúa estando en sus últimas intervenciones.

Pero no han sido sólo esos los temas abordados y los métodos usados por Jesús Marín. En su obra se advierte también una meditación sobre la enfermedad como otro aspecto de la vida; el empleo del recurso típicamente barroco del cuadro dentro del cuadro, que Marín reconsidera desde una perspectiva contemporánea y lo concreta en lo que podría llamarse un elemento dentro de otro, generalmente un espacio de dimensiones delimitadas encerrado dentro de un contenedor o espacio arquitectónico mucho mayor; el interés por el resultado de la actividad del hombre en la historia, en numerosas ocasiones presidida por la guerra y la destrucción; el tema del voyeurismo; el dominio de la naturaleza a través del pensamiento y de la acción del hombre, un dominio que probablemente ha roto un frágil y delicado equilibrio; la creación de fronteras y barreras artificiales entre los pueblos del mundo, cuando los intereses y desvelos de los habitantes del planeta deberían ser comunes y compartidos.

A medida que avanza el decenio de los noventa, el trabajo creativo de Jesús Marín se hace más intenso desde el punto de vista espiritual, más depurado en su realización plástica y más denso en conceptos y temas abordados. El cenit quizás lo constituya la muestra Oscuro cuerpo resplandeciente, de 1998, una reflexión sobre la autonomía de la realidad corpórea del hombre a partir del profundo impacto visual del sobrecogedor cuadro de Cristo muerto de Holbein el Joven que conserva el Museo de Basilea. Entre las piezas más memorables había una, Cuerpo ascético, hecha con alambres retorcidos muy hábilmente, que parecía contradecir de manera paradójica esa creencia en la pura materia física introduciendo una dimensión ascensional de sentido trascendente. Precisamente en esta individual aparece el último y más sorprendente de los recursos plásticos de Jesús Marín, con el que ha estado trabajando desde entonces y con el que ha logrado una poética verdaderamente misteriosa y singular: las líneas trazadas por la llama de una vela agitada en distintas direcciones por el propio artista en una habitación completamente oscura, trayectorias capturadas por el objetivo de una cámara fotográfica y que pueden ser interpretadas, además de la obvia necesidad de definir los espacios que ocupa el hombre con su cuerpo, desde una alusión al mito de la creación hasta una evocación de la fugacidad de la existencia.

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de febrero de 2005