Dibujar en el aire

Escultura y dibujo. Julio González. Los límites del metal.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 4 de octubre de 2009.

Unánimemente considerado como uno de los nombres cardinales de la escultura europea del periodo de la vanguardia histórica, Julio González (Barcelona, 1876 – Arcueil, 1942), junto con Picasso el máximo innovador de la forma tridimensional en España en el siglo pasado, es el padre indiscutible de la escultura en hierro contemporánea. Esta estupenda exposición atiende también al otro gran Julio González. CABEZA. 1934. Bronce.capítulo de su producción, los dibujos. Nacido en el seno de una familia de artesanos y orfebres, Julio González estuvo dibujando siempre, conservándose en la actualidad entre 3500 y 4000 dibujos de una producción presumiblemente mucho mayor, y a la vista de los resultados, aunque sea una pequeña selección como en esta muestra, puede afirmarse que no sólo no ocupa el dibujo una posición subsidiaria o a remolque de sus otras actividades plásticas, sino que con frecuencia posee una gran autonomía formal, estética y temática, siendo incluso habitual, a diferencia de lo que es costumbre en la mayoría de los escultores, que la realización de un dibujo fuese después de hecha la escultura, sobre todo a partir de 1927, cuando la imagen escultórica sufre un giro radical en González y emprende la exploración de nuevos y decisivos caminos, principalmente de índole sintáctica y operando una formidable síntesis de líneas, planos y vacíos  —a él le gustaba hablar, para referirse a la escultura, de «dibujar en el espacio», esto es, generar por improvisación en el acto mismo de la creación la idea visual que tenía de la pieza a realizar—. Aquella mudanza observada en los dibujos de González, sin embargo, como acertadamente ha señalado Tomás Llorens, ofrece unos cambios estilísticos y formales más pausados y menos violentos que los que sufrió su escultura, aunque inspirados siempre, como en general todo su arte, en la naturaleza y con una fidelísima continuidad en los temas, bien fuesen paisajes, retratos, desnudos femeninos o figuras de campesinas.

Durante el amplio arco cronológico que abarcan los dibujos expuestos en la muestra, desde 1905 hasta 1942, la técnica y el ejercicio del dibujo experimentan en González una gradual e ininterrumpida evolución cuyo punto de inflexión se sitúa entre 1926-28, cuando decide dedicarse completamente a la escultura, actividad que desde 1914 había simultaneado con la pintura, aprendida a su vez junto a su hermano Juan y a la que se entregaría con entusiasmo desde el temprano 1897, año en que visitó el Museo del Prado.

Ahora podemos ver los espléndidos bronces fundidos a la cera perdida, en los que se estudian nuevas soluciones formales sobre el recurrente tema de la cabeza humana, en concreto las relacionadas con la luz y la sombra, la función analítica del dibujo y la descomposición del volumen en planos. O los relieves de latón repujado, de tan sutiles modulaciones lineales. O las elegantísimas formas recortadas en el aire, expresivas siluetas que sintetizan casi como una ecuación la figura.

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de septiembre de 2009